La buena noticia
La oración del pobre sube hasta Dios
“La felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás”. (Papa Francisco)
El evangelio del penúltimo domingo del Año Litúrgico es un fragmento del capítulo 13 de Marcos, que se refiere la venida de Jesús como un día grande y un tiempo extraordinario en la historia, en el que se reunirán los elegidos de Dios “desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la Tierra y lo más alto del cielo”. Será un evento cósmico y trascendente de dimensiones inimaginables en una manifestación asombrosa del amor de Dios nunca vista.
Se reunirán los elegidos de Dios desde los cuatro puntos cardinales del planeta Tierra y hasta del cielo.
Por eso, no es un tiempo de miedo y terror, sino de alegría y esperanza. Lo sugiere la parábola de la higuera, con sus ramas tiernas y sus hojas brotando, para enseñar que cada generación tiene la oportunidad de vivir esa experiencia cargada de vida plena y de posibilidades nuevas en medio de los “tiempos recios” y de “gran tribulación” que deben afrontar en su lucha por una vida digna para todos.
El lenguaje apocalíptico nos ayuda a comprender los desafíos del momento presente, que son dramáticos, por los retos que implica enfrentar la presencia del mal que hace estragos en la vida de las personas y de los pueblos, pero nunca catastróficos.
Una adecuada hermenéutica de estos textos permite descubrir que son tiempos dinamizados por una esperanza creativa que genera aquella confianza cierta de que ni el mal ni la muerte tienen la última palabra, porque Dios estará siempre del lado de las víctimas, de los empobrecidos y de quienes, en el mundo, soportan el peso de los sistemas y estructuras injustas provocando gran angustia.
Aunque parezca que los imperios, los regímenes autoritarios y los corruptos incrustados en las estructuras de poder ganan terreno provocando daños irreparables a cada generación, siempre surgirán entre los pueblos “guías sabios” como dicen el profeta Daniel o líderes auténticos y audaces, que son “como el esplendor del firmamento” que iluminan el camino a recorrer de los pueblos y dan esperanza a los excluidos y descartados.
También siempre surgen hombres y mujeres “que enseñan a muchos la justicia”, y luchan por ella en medio de tanta impunidad alimentada desde el poder y de quienes instrumentalizan la justicia para alimentar venganzas y sostener sistemas carcomidos por el egoísmo y la ambición. Los que luchan por un sistema de justicia independiente e igual para todos “resplandecerán como estrellas por toda la eternidad”, profetiza Daniel.
Hoy que celebramos la VIII Jornada Mundial por los Pobres. Bajo la consigna “La oración del pobre sube hasta Dios”, la Iglesia, por medio del papa Francisco, le recuerda al mundo que Jesús está con los empobrecidos, que son producto de los sistemas político-económicos injustos, y comparte con ellos la misma suerte hasta lograr su liberación integral en la edificación de una sociedad incluyente y promotora del desarrollo humano y social para todos.
La Iglesia sostiene que “los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento, Dios está ‘impaciente’ hasta no haberles hecho justicia”. Dios opta por los pobres “hasta extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los hombres según sus intenciones”.
Dios no es indiferente a “los sufrimientos de sus hijos” y cuida con solicitud liberadora preferencialmente a “los pobres, los marginados, los que sufren, los olvidados”. Este proceder de Dios contrasta con la mentalidad del mundo, que para convertirse en alguien exige “tener prestigio a pesar de todo y de todos, rompiendo reglas sociales con tal de llegar a ganar riqueza. ¡Qué triste ilusión! La felicidad no se adquiere pisoteando el derecho y la dignidad de los demás”.