Registro akásico

La historia sin cabeza

Ausencia de análisis para discutir sobre el origen de la formación nacional

La decadencia en la celebración del 12 de octubre ha sido patente. A inicios del siglo XX hubo cierto fervor por recordar el primer ingreso de los españoles al continente. Con claros y oscuros, se había impuesto un juicio valorativo con balance favorable, gracias a la integración lingüística.

La crítica con martillos y lazos sustituye la elaboración de juicios históricos sobre el pasado.

El reconocimiento a Colón consiguió favor geográfico. Colombia, Columbus, Colón, etc. dan cuenta del aprecio en ciertas ciudades por el navegante. Dos tumbas disputaron el favor de sus despojos. Al efectuar un análisis de ADN, donde sus descendientes servían de ancla, resultaron favorecidos los situados en Sevilla sobre los de Santo Domingo, a pesar del espléndido mausoleo. Algo más, la disputa sobre su origen adquirió un nuevo sesgo: se indicó nació en Génova, pues se le calificaba así, ante los monarcas; pero los aragoneses y catalanes lo reclamaban por los giros en su manera de expresarse. Para los portugueses era su agente expensado para promover la ruta al oeste. Hasta los gallegos lo reclamaron, afirmando que su verdadero nombre era Pedro Madruga, ocultado para esconder pasado insurrecto. El genoma de sus restos, analizado por la Universidad de Granada, lo ubicó como sefardita, es decir un judío converso.

Allí sigue en la Avenida de Las Américas de la ciudad capital. Unos disminuidos mentales quisieron romper el monumento. Pero, al fallar, continuaron la tropelía, contentándose con desmontar a José María Reyna Barrios, rompiendo la escultura ecuestre. La justicia hace prodigios. El juicio convirtió a los autores filmados en fantasmas y nadie fue condenado.

Mala fortuna tiene Isabel La Católica. A la patrocinadora del viaje de Colón con su esposo Fernando se les reconoció como precursores de la legislación a favor de los derechos humanos. Ciertamente, los guerreros invasores habían hecho estragos al ponerse al frente de una gran rebelión de muchas poblaciones locales, contra la tiranía de algunos grupos étnicos dominantes. El lienzo de Quauhquechollan testimonia la alianza para establecer el nuevo orden conocido en nuestra historia como colonia, mientras se reclama en España que fueron provincias del imperio español. Pero a los reyes se les apartaba de los abusos. Los excesos eran de invasores ajenos a cumplir instrucciones reales.

En 1915 se desveló el busto encargado a Rafael Yela Ghunter, en un parque citadino; se hicieron celebraciones anuales. El máximo de admiración fue en 1958, cuando estaba a punto de ser canonizada. Sin embargo, el cardenal arzobispo de París, Jean Marie Lustiger, se opuso, señalando a la expulsión de los judíos como impedimento. El sacerdote Jean Dujardin hizo campaña para no reconocer su estancia en el cielo. Así, se quedó en pinturas y en parques como el mencionado de la zona 2 de Guatemala o en la colonia Rosario de Quetzaltenango, donde Rodolfo Galeotti Torres, en 1969, hizo otro busto.

Conforme avanzó el siglo pasado dejaron de realizarse desfiles de escolares; luego, solo se abrían las puertas para observar los arriates cuidados con variedad de flores. Al inicio del presente siglo, en previsión de vandalismo, se mantenía la verja cerrada. Obligaba a algunas oferentes de servicios sexuales a permanecer afuera. No bastó, pues en 2022, como si se cobrara alguna ofensa personal, un zafio destrozó a martillazos la cara de la estatua, desprendiendo la cabeza.

¿Vale la pena interpretar la historia? Copias degradadas de la ideología woke, o de la iconoclastia del Black Lives Matter son los exponentes. Mientras se cancela a los pensadores críticos, igual al jardín encerrado, con un busto descabezado.

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.