LIBERAL SIN NEO
La emergencia moral
El poder y la política prosperan con la presencia de una serie de peligros inminentes, una emergencia tras otra debe ser resuelta. Las personas en el poder y quienes buscan alcanzarlo señalan situaciones críticas y calamidades que deben remediarse para salvar a determinados grupos, clases o incluso al país y a la humanidad. La solución se destila a una esencia: la concentración de poder y recursos para diseñar y mandar cumplir los remedios. Lejos está la aspiración del gobierno que garantiza la seguridad y administración de justicia, relegada por uno que ofrece y pretende insertarse en todos los aspectos de la sociedad para resolver emergencias, reales o no.
' El lente de la emergencia moral alcanza a ver cómo se ejerce y acumula poder.
Fritz Thomas
La explosión en la diseminación y acceso a información potencia la cantidad de contingencias, circunstancias excepcionales en las que aplican normas y reglas especiales; hacer y pedir más no solo es permitido, sino exigido y obligado. La emergencia es la excepción que llama a la acción fuera de lo ordinario, a la dispensa especial donde todo se vale, por la urgencia y gravedad. El filósofo Mathew Crawford describe cómo el modelo moderno de comunicación y gobierno alimenta la percepción de un perpetuo estado de crisis, situaciones sociales de peligro inminente. Estas “emergencias morales” invocan deberes especiales que se usan como instrumento para el ejercicio excepcional del poder. El covid y el cambio climático son ejemplos de estas emergencias morales que imponen deberes fuera de lo común, la renuncia de libertades, obediencia y extensión de poderes.
“Nuestros regímenes se fundamentan en dos imágenes rivales del sujeto humano”, dice Crawford, las de John Locke y Thomas Hobbs. Locke nos retrata como criaturas racionales capaces de autogobernarnos. Sitúa al ser humano dotado de razón, de sentido común, y subraya una forma de política democrática y gobierno limitado; no hay secreto o salsa especial para gobernar. La imagen rival de Hobbs es que somos irracionalmente orgullosos y necesitamos ser gobernados, mandados, dirigidos. La imagen de Hobbs es más exhortativa; requiere que nos veamos como seres vulnerables, de manera que el Estado juega el papel de salvarnos. El sujeto de Locke es el individuo plenamente responsable y agente de su destino; el de Hobbs es el victimario que tiene que ser restringido o la víctima que debe protegerse. El Estado de Hobbs es la tecnocracia progresista, dirigida por expertos que nos salvan de nosotros mismos.
El lente de la emergencia moral alcanza a ver cómo se ejerce y acumula poder. El cleptócrata de 77 años Daniel Ortega elimina a sus rivales políticos acusándolos de ser traidores a la patria; un grave peligro para la sociedad nicaragüense. Putin invade Ucrania para salvar a ese país de sus gobernantes “nazis”, evocando una emergencia moral imaginaria, una lucha entre el bien y el mal.
El supuesto de Locke se ha puesto calladamente a dormir, sostiene Crawford, mientras se abraza de lleno la alternativa de Hobbs. Las nuevas corrientes en las ciencias sociales enfatizan la incompetencia cognitiva del ser humano, destronando el modelo de conducta del actor racional. Se hace necesario alterar la conducta irracional de las personas; el gobierno ve a sus súbditos no como ciudadanos cuyo razonado y sereno consentimiento debe ser asegurado, sino como partículas que deben ser conducidas, por expertos, por un tubo de obediencia, por su propio bien. La clase gobernante no es, entonces, fiel a los deseos de la comunidad, sino su maestro, guía y regidor. La emergencia moral es su mejor aliado. Las lecciones del siglo XX se han olvidado.