Estado, Empresa y sociedad

La corrupción no puede ser normalizada

Si se cree que por naturaleza la persona va a actuar mal, el estamento jurídico social debe crear un sistema restrictivo, intolerante a la comisión de delitos y asegurarse de que exista una justicia pronta y cumplida, para que nunca quede un solo “crimen sin castigo”.

Compartiendo micrófono con un conocido periodista, en reciente entrevista de Emisoras Unidas, el conductor nos preguntó si se puede hacer política y mover al Estado ajeno a la corrupción, suponiendo que la normalización de la corrupción sería algo inaceptable.


Estafas, fraudes, nepotismo, tráfico de influencias, abuso de autoridad, enriquecimiento ilícito, cohecho, peculado, malversación, testaferrato, cobro ilegal de comisiones, entre otras figuras ilícitas están contenidas en el Código Penal, según la Ley contra la Corrupción. La frase: “Lo que está mal, está mal, aunque lo haga todo el mundo, mientras que lo que está bien, está bien, aunque no lo haga nadie”, atribuida a San Agustín, nos recuerda que la mayoría no siempre tiene la razón.


Booker Washington, orador y educador estadounidense, expresó que “una mentira no se vuelve verdad, lo incorrecto no se vuelve correcto y el mal no se transforma en bien, solo porque sea aceptado por la mayoría”. Un ejemplo fue el pueblo alemán, que creyó en las mentiras de Adolf Hitler y lo arrastró a la Segunda Guerra Mundial.


En Guatemala, alrededor del 90% de ciudadanos profesan el cristianismo, pero resulta paradójico que no se cumpla con los mandamientos, empezando por el que manda “no robar”. En el plano jurídico social, los principios y valores plasmados en la Constitución Política, la institucionalidad, las normas legales y reglamentarias, supondría que, sin excepción, todo crimen debiera recibir el castigo debido.

Si creemos que la persona va a actuar bien, no siempre existe la certeza del castigo porque se confía en ella.


Según Thomas Sowell, algunas sociedades consideran que el ser humano es intrínsecamente malo, con una visión pesimista de la naturaleza humana, por lo que una conducta socialmente beneficiosa solo puede lograrse mediante incentivos adecuados. Piensan que lo perfecto es enemigo de lo posible y que con los mismos esfuerzos se puede lograr una transacción intermedia, viable y conveniente. No creen que pueda alcanzarse, por ejemplo, la igualdad social, pero piensan que es preferible garantizar procesos que, por ejemplo, brinden igualdad de oportunidades, o la igualdad ante la ley. Esta visión ha estado más presente en sociedades anglosajonas, como la estadounidense.


Otras sociedades creen que el ser humano es intrínsecamente bueno, con una visión optimista de la naturaleza humana. Que los problemas tienen soluciones que pueden encontrarse con esfuerzo y buena voluntad basados en elevados ideales. Que es posible alcanzar mejores resultados mediante decisiones colectivas que prescriban de antemano los resultados. Esta visión está más presente en las sociedades europeas mediterráneas y en América Latina.


Si se cree que por naturaleza la persona va a actuar mal, el estamento jurídico social debe crear un sistema restrictivo, intolerante a la comisión de delitos y asegurarse de que exista una justicia pronta y cumplida, para que nunca quede un solo “crimen sin castigo”. Un guatemalteco en las calles de los Estados Unidos no se atraviesa de una acera a otra a la mitad de la cuadra, sino lo hace hasta llegar a la esquina, porque tiene la certeza de que su acción será castigada inmediatamente.


Pero si creemos que la persona va a actuar bien, no siempre existe la certeza del castigo porque se confía en ella. El mismo guatemalteco en Guatemala, se atraviesa la calle a media cuadra porque sabe que no hay certeza de castigo por incumplir la norma. Solo veamos a los motoristas que se desplazan sobre las aceras poniendo en grave peligro a los peatones, sin sanción alguna.


Estos sencillos ejemplos como las demás violaciones de la ley no pueden ser tolerados ni mucho menos normalizados. Si se normalizan, jamás tendremos justicia ni un verdadero Estado de Derecho.

ESCRITO POR:

José Alejandro Arévalo

Profesional, especialista en banca y finanzas. Profesor universitario. Consultor independiente.