LA BUENA NOTICIA
La alegría
La fe cristiana es conocimiento de Dios y asentimiento a la verdad que Él nos ha revelado. La fe cristiana implica también obligaciones morales para vivir de un modo agradable a Dios, ya que Él quiere que nuestras acciones y nuestra conducta sean constructivas de nosotros mismos y de la sociedad en la que vivimos. Pero la fe cristiana se traduce también en sentimiento de alegría, cuando la conciencia de la salvación es luz que ilumina el sentido de nuestra vida y es experiencia de que la vida vale las penas que cuesta vivirla.
' La alegría cristiana surge de la conciencia de sabernos amados por Dios.
Mario Alberto Molina
El más cristiano de los sentimientos es la alegría. Ciertamente la experiencia cristiana va acompañada de otros sentimientos: la vergüenza de la culpa, la compunción y humildad del arrepentimiento, el temor y respeto ante la majestad de Dios, el agradecimiento por las bendiciones recibidas. Pero el más noble y motivador de los sentimientos que acompañan la experiencia de la fe es la alegría de saber que la vida tiene propósito, está encaminada a la plenitud en Dios y está sostenida por la presencia providente del Dios bueno. La Sagrada Escritura atestigua en sus páginas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, cómo la obra salvadora de Dios suscita en quienes se benefician de ella la alegría, el gozo, el júbilo. Nuestro destino es la alegría; hemos sido creados para el júbilo y el final que nos promete Dios es el gozo en plenitud indefectible.
Desde hace siglos, la liturgia de la Iglesia del tercer domingo del adviento, que ocurre mañana, es una invitación a la alegría en Dios. La alegría cristiana se distingue muy claramente de la evasión de la realidad que caracteriza al que “está alegre” por los tragos que ha tomado. La alegría cristiana se distingue también nítidamente de la diversión y la distracción que vienen del baile y la música, de la fiesta y el retozo. La alegría cristiana se puede comparar con la satisfacción que viene de los logros y metas alcanzados cuando son fruto tanto del esfuerzo propio como del apoyo del prójimo. La alegría cristiana se parece todavía más al gozo que procede de saberse uno amado, tomado en cuenta, valorado. Porque la alegría cristiana surge de la conciencia de sabernos amados por Dios.
Hay dos dimensiones de la vida humana en los que el amor de Dios hace surgir la alegría en el corazón del creyente. Una es la experiencia del perdón. Somos libres y por lo tanto son frecuentes las decisiones equivocadas, irresponsables y hasta malvadas que arruinan nuestra vida y la de nuestro prójimo. ¿Hay algo que nos permita comenzar de nuevo sin que el pasado hipoteque nuestro futuro? El perdón de Dios hace justamente eso: devolver el valor a la vida y abrir página limpia para un futuro que no lleve la carga de un pasado irresponsable o malvado. La muerte también es el gran enigma que socava el sentido que queremos dar a nuestra vida. La muerte como final inexorable y perentorio corroe la firmeza del sentido que quisiéramos para nuestras vidas. Pero la fe en Cristo resucitado, vencedor de la muerte, que comparte su victoria con los que creen en él, hace de nuestra muerte un acontecimiento que tiene un sentido nuevo. De muro terminal, la muerte se convierte en puerta hacia la plenitud. Y ese cambio del sentido de la muerte llena la vida del creyente de luz, de propósito y de alegría. La alegría cristiana es un don. Es capaz de alentar el corazón del enfermo terminal para sobrellevar el sufrimiento; es capaz de sostener los esfuerzos del que vive entre carencias para superarlas. Los mártires han dado testimonio de que la alegría de la fe fue capaz de sostenerlos en las pruebas de las torturas padecidas. La alegría es esplendor que ilumina la vida del creyente.