Rincón de Petul

Hay algo que me tiene turbado

Soy parte de ese mundo afectado, desmoralizado, por lo exhibido ayer desde la Oficina Oval.

No funciona bien la letra “i” en el teclado de mi dispositivo. Le sucedió eso desde que algún resorte interno se dañó y, aunque sí escribe, lo hace sin el golpeo ni rebote que se sienten ricos al teclear. Es temprano, y siento adentro una sutil molestia, un latente algo que me tiene ofuscado. Hoy despierto en casa por primera vez en la semana. Un viaje departamental me llevó cinco noches al exilio de un hotel. Pero, aunque lindo el recinto, mi mente no borra el trauma de semanas pasadas en ese mismo lugar, cuando, una noche, en la primera fase del sueño, al estar entre despierto, en la profunda oscuridad, sentí que algo alambroso se me colocó en toda la amplitud de la frente. Al suelo la tiré, eso aún desconocido, con una fuerte palmada. Vil sobreviviente, se escabulló, en vez de quedar noqueada. Nunca me han gustado las arañas. Esta, en todo caso, solo logró que esa manía me creciera. Pero eso ya quedó atrás; hoy amanecí en la seguridad de mi espacio. Un disgusto, una pena, subyace en este albor. El teclado y mi aracnofobia no lo justifican. Busco una razón.


El café de la mañana supo hoy particularmente espectacular. Con tiempo para lograrlo, puse a moler unos granos de Fraijanes que compré en la Antigua y que tienen en su envase anotado: “notas a caramelo, a chocolate, a cítricos, manzana y toronja”. ¿Qué más deleite, qué más forma de autoconsentirnos —pienso, puede haber— que aquel regalado por el café de nuestras tierras? En verdad, este sábado se ve perfecto. Afuera de la ventana, el día se ve radiante. Los árboles se alumbran lindo por el sol que les pega, algo maravilloso reminiscente de un paraíso. Humanos avorazados, hemos hecho lo posible por calentar este planeta. Pero hoy, aquí, en este momento, el clima de Guatemala acobija. Algo, empero, me preocupa y perturba.

Ahora, nuestro mundo es altamente impredecible.


“Paz”. ¡Qué palabra más trillada! Es enarbolada por cualquiera en este mundo. Se dice en discursos y al unísono se hacen compras de fusiles. Se dice y mientras tanto se alinean los misiles. “Paz”, claman. Pero con acciones laceran, del prójimo, su dignidad. Etimológicamente, la paz es “la falta de confrontaciones”. Extendido a política, “el que no haya guerras”. “Que haya falta de conflictos y enfrentamientos”. Pero paz también es que exista armonía. “Proporción”, dice el diccionario, “de unas cosas con las otras en el conjunto que componen”. “Amistad —dice— y buena correspondencia entre personas”. La que se alcanza, entonces, con garrotazos e imposiciones, podrá acaso llegar a cesar momentáneamente el fuego. Pero, ¿es paz?


Es contradictorio, pero eso es precisamente lo que se siente esta mañana en este cuarto, con la ventana abierta, la temperatura ideal, un sol amable que ilumina cada hoja: armonía. La seguridad de estar de regreso en casa. No más arañas, y un confortante café. ¿Entonces, por qué ese disgusto que no logro sacudir? Quise encontrar una explicación distinta, pero es momento de admitirlo: Soy parte de ese mundo todavía afectado, desmoralizado, por lo exhibido ayer desde la Oficina Oval. Nacido en el medio de las tempestades de la Guerra Fría, agradecido con la vida estoy por que mi familia viviera un momento menos tenso y con menos zozobra que aquel, el del ayer. Ahora, nuestro mundo es altamente impredecible. Y una de las muy escasas cosas en las que parece haber consenso es que el orden mundial parece estar cambiando. En un momento cuando los cánones y relaciones diplomáticos que nos trajeron hasta aquí evidentemente se agotan, nos queda empujar por que las figuras que moldean lo nuevo sean impulsores de una verdadera paz. Esa, la que provee la armonía.

ESCRITO POR:
Pedro Pablo Solares
Especialista en migración de guatemaltecos en Estados Unidos. Creador de redes de contacto con comunidades migrantes, asesor para proyectos de aplicación pública y privada. Abogado de formación.