META HUMANOS
Hacer juntos, lo que solos no podemos
Las grandes obras que transforman vidas surgen, por lo general, a partir del sueño de una persona que visualizó lo que parecía imposible, se atrevió a pensar diferente y le apostó con toda certeza a eso que algunos llaman instinto y otros llamamos fe.
' Con más de 6,500 estudiantes y 16,500 egresados de nueve disciplinas, el sueño no se detiene.
Claudia Hernández
Si bien el sueño de uno es la semilla fértil que da inicio a estas obras, es gracias a la suma de otros que, como si fuesen levadura, transforman el sueño en realidad. Conforme más personas asumen la visión como propia, el soñador deja de estar solo, y como dice Miquel Cortés, S.J. —rector de la Universidad Rafael Landívar—, inicia el trabajo en red “para lograr hacer juntos lo que solos no podemos”.
Un ejemplo de lo que he descrito es una obra educativa que inició hace 60 años en el suroccidente del país, con la visión de Julián Pérez de Heredia, un hombre consciente de los retos y potencialidades de la región.
En una época políticamente compleja, él eligió vivir desde la fe y la esperanza. Con los jóvenes al centro de su quehacer, visualizó la educación superior como una herramienta de transformación social, para que la región fuera no solo más próspera para todos, sino también más justa, incluyente, fraterna y solidaria.
Su sueño resonó en el corazón de ocho quetzaltecos, que no dudaron en asumir la visión como parte importante de su proyecto de vida. Muy pronto, una mujer determinada, doña Alicia Sáenz de García, presidenta de la directiva de la Asociación del Hospicio de Occidente, se sumó donando en usufructo el espacio físico que haría posible lo que parecía imposible: que una universidad privada abriera sus puertas en Quetzaltenango.
Con 35 estudiantes de trabajo social y unos cuantos profesores, la Universidad dejó de ser utopía para ser realidad tangible y una posibilidad más cercana para que otras disciplinas también sirvieran a la región.
Con el paso del tiempo, decenas de personas se fueron sumando para aportar lo que tenían: donaciones, mobiliario, conocimientos, contactos, trabajo comprometido y oraciones. El aporte más significativo se empezó a dar cuando cientos de jóvenes —hombres y mujeres— entraron a las aulas para aprender y salieron de ellas para servir.
60 años más tarde, la obra sigue siendo pionera en ofrecer una propuesta educativa centrada en la persona, enfocada en una formación integral, que potencia mente, corazón y manos; e integradora, pues responde a los retos locales y globales que afrontamos.
Con más de 6,500 estudiantes y 16,500 egresados de nueve disciplinas, el sueño no se detiene. Continúa avanzando con la construcción de un nuevo campus en el municipio de Salcajá, en donde, en vez de colocar una primera piedra, la comunidad educativa colocó una cápsula del tiempo, para que nunca olvidemos quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, no solo como obra educativa confiada a la Compañía de Jesús, sino como guatemaltecos, corresponsables de cuidar nuestra casa común y de cocrear el futuro de nuestro país.
Similar a una carrera de relevos, el primer símbolo fue puesto por algunos de los nietos de los fundadores, mientras que el último fue portado por un grupo de niños y niñas que continuarán la misión con la misma resiliencia de sus ancestros.
Como la Universidad Rafael Landívar en Quetzaltenango, en Guatemala hay un sinfín de obras, un sinfín de historias que merecen ser contadas para levantar nuestro espíritu, sostener nuestra fe y tomar consciencia del impacto transformador que podemos generar, cuando trabajamos los unos por los otros para lograr hacer juntos lo que solos no podemos.