Aleph
Guatemala, siglo XIII
Las cifras prueban que los embarazos en niñas y adolescentes entre los 10 y 19 años siguen existiendo.
Entiendo que hay retrocesos en el mundo entero, pero eso no me consuela. Y claro que se me anudan las entrañas cuando veo que las mujeres en Iraq usaban calzoneta a finales de los años 60, que luego estudiaron en las universidades para convertirse en científicas o decidir si seguían en sus casas al cuidado de sus hijos, y, sin embargo, ahora regresan, por mandato de los líderes políticos y religiosos, a los matrimonios infantiles desde los 9 años, a las burkas que les cubren completamente el cuerpo, y a los encierros en sus casas, sin posibilidad de estudiar, trabajar o desarrollarse plenamente. Y ni siquiera estoy tocando el tema de las diversidades de género.
Pero no se ha de ver la paja en el ojo ajeno, sin verla en el propio. En Guatemala, también tenemos suficientes motivos para seguir trabajando por la igualdad, por la libertad y la equidad. La clase política, generalmente resulta siendo la expresión más rancia y contundente de la doble moral que abunda en este paisito tropical. Hemos tenido ministros de Estado, Presidentes, diputadas y diputados de moral relajada que practican el amor libre hasta dentro de las instancias estatales, pero a la hora de normar para el pueblo, la vara con la que miden la moral es otra. Saben que la sexualidad, el aborto, el cuerpo y otros temas similares, les pueden redituar capital político. El problema no eso solo la incongruencia entre teoría y práctica, sino que casi siempre son muchos hombres legislando o tomando medidas sobre el cuerpo de las mujeres.
En un época de incertidumbres que se multiplican exponencialmente y todo cambia a una velocidad mucho mayor, debemos cuidarnos de una clase política que practica muchas veces una sexualidad siglo XXII, pero defiende prácticas que no consideran para sí.
Un claro ejemplo de esto, sucedió hace dos días en el Congreso de la República, cuando siete diputados salieron en una de las fotos, presentando dos iniciativas de ley que nos hacen retroceder a los siglos de la inquisición. Una de ellas es la “Iniciativa para la Conservación Integral de la Sociedad” que obliga al Estado a implementar programas sobre “el valor de la vida”, va en contra de los matrimonios igualitarios y de la educación en escuelas que contenga tenas sobre la identidad de género, y además endurece las sanciones al aborto, extendiendo la criminalización a quienes influyen en la decisión de abortar y hasta para quienes hablen del tema. Para quienes hemos seguido esto desde 2022 y antes, sabemos que es como una 5272, solo que más restrictiva. Nadie está más a favor de la vida que yo, pero leyendo entre líneas, esto no se trata de valores sino de una sociedad cada vez más restrictiva y punitiva, al mejor estilo del oscurantismo. Mejor sería que le dieran el ejemplo a las generaciones actuales, en lugar de legislar en su contra.
En un época de incertidumbres que se multiplican exponencialmente y todo cambia a una velocidad mucho mayor, debemos cuidarnos de una clase política que practica muchas veces una sexualidad siglo XXII, pero defiende prácticas que no consideran para sí. Tenemos todos tantas capas de sentido en estos tiempos de las redes sociales, los vacíos existenciales y las gratificaciones inmediatas, que lo que toca no es restringir, sino fomentar el intercambio de ideas, el pensamiento crítico y, en este caso, una educación integral en sexualidad adecuada a cada etapa del desarrollo, que promueva una sexualidad responsable y plena cuando llegue el momento. Las cifras prueban que los embarazos en niñas y adolescentes entre los 10 y los 19 años siguen existiendo, que las violaciones o abusos persisten en 7 de cada 10 mujeres, que las mujeres siguen abortando a pesar de las leyes y las normas religiosas y sociales , y que el clóset ya no es un lugar para nadie. Solo quizás, para aquellos que legislan y al mismo tiempo llevan dobles vidas. Hay que legislar, sí, pero con la realidad en una mano y los principios en la otra. Hay que legislar, sí, por la vida. Definitivamente. La vida de las generaciones de hoy y de mañana.