De mis notas
Gobernabilidad en Guatemala: una tragicomedia sin fin
Estamos atrapados en un ciclo de mediocridad, donde los actores cambian, pero la obra sigue siendo la misma.
Dos columnas del día de ayer, la de Mario Antonio Sandoval y la de Juan Carlos Zapata, destacan el infranqueable abismo que enfrenta Guatemala en cuanto a la gobernabilidad. Es como si estuviéramos viendo la misma obra de teatro absurda, una y otra vez.
Nuestro aeropuerto internacional está colapsado, reflejando la ineficiencia y el caos que imperan. Los puertos marítimos, un festín de corrupción, controlados por mafias, haciendo que el comercio internacional sea una odisea. El peaje, que alguna vez funcionó razonablemente bien, ahora es un infierno de colas interminables Las carreteras no solo no han aumentado, sino han disminuido, por el deterioro. No deberíamos seguir así, pero así continuaremos, porque en Guatemala, la ineficiencia y la corrupción son tan constantes como el agua azucarada.
Es una tragicomedia donde los cambios ministeriales, como la renuncia/despido de la ministra de Comunicaciones, solo sirven para cambiar de actores, pero el guion sigue siendo el mismo. La Ley de Infraestructura Vial sigue guardando telarañas en el Congreso junto con la aprobación del sistema de adquisición de derecho de vía.
Ergo: Las contrataciones públicas seguirán atascadas en lodos asquerosos. Durante más de una década no hemos construido los dos mil kilómetros por año que, según estudios del Banco Mundial y del BID, Guatemala requiere para su desarrollo. Apenas hemos llegado a patéticos 200 y pico de kilómetros.
¿Qué impide? Es este cáncer sistémico corrupto, clientelar e indestructible que padecemos.
La deuda en infraestructura productiva, necesaria y absolutamente estratégica para nuestro desarrollo económico, es palpable. Y claro que sabemos qué lo impide. Es este cáncer sistémico corrupto, clientelar e indestructible que padecemos. Un cáncer que seguirá creciendo en tanto no se tomen las medidas para acabarlo. Pero, oh, ironía, el cirujano que puede extirparlo es la mismita mayoría del Congreso (con sus notables excepciones) que controla la aprobación de leyes, contratos, etc. ¿De cuándo acá el Congreso tiene que ver con esas decisiones técnicas? De balde, entonces, es tratar de eliminar este cáncer con recetas de abuelitas.
Todo está entrampado en Guatemala. Obtener una licencia puede tardar meses o incluso años, y las licitaciones se paralizan porque las juntas calificadoras son inexistentes. Los contratos lesivos siguen vigentes gracias a un sistema judicial que otorga amparos como si fueran confites en una piñata. En Guatemala, la gobernabilidad está colapsada. Admitámoslo.
Y por supuesto que el caos es nuestro sistema político, una obra maestra de ineficiencia, despilfarro y corrupción. La aprobación de leyes esenciales, como la Ley General de Infraestructura Vial, seguirá siendo una fantasía en manos de diputados que protegen sus intereses personales y empresas constructoras. La aprobación de dicha ley eliminaría los incentivos perversos que los mantienen en el poder, pero eso sería pedirles que renuncien a su parte en el pastel decisorio.
La única solución es un cambio sistémico tan radical que equivaldría a una revolución. Qué palabrita a estas alturas del circo. Porque, en esta tragicomedia guatemalteca, el verdadero drama es que estamos atrapados en un ciclo de mediocridad, donde los actores cambian, pero la obra sigue siendo la misma. La lucha contra la corrupción es una promesa quemada. Es irreal, en tanto no se desliguen la inversión pública de las decisiones politiqueras corruptas. Hay que quitarle el agua al pez. Es decir, la plata, el pisto, a la clase política. Solo así se ahogarán.
Sí. Es un sueño de opio. Pero solo así podremos avanzar hacia un desarrollo económico sustentado en la libertad económica, donde las decisiones de inversión y producción no estén dictadas por el Estado y grupúsculos legislativos, sino por la iniciativa privada y la demanda del mercado. Y la farsa continúa…