Nota bene
¡Feliz Navidad!
Contemplar al Niño Dios
¡Feliz Navidad! A medianoche, conmemoraremos el nacimiento del Niño-Dios, con la ayuda de costumbres como la puesta del nacimiento y la entonación de villancicos. Los nacimientos, con aserrín de colores y figuras de barro, nos ayudan a enfocar la atención en el suceso milagroso que tuvo lugar en el lejano Belén hace aproximadamente 2,024 años. Y los villancicos, como por ejemplo Campana sobre campana, nos piden que nos asomemos a la ventana para ver al Niño en la cuna. En tanto, Noche de paz compara al recién nacido con una estrella: “Luz en el rostro del niño Jesús/ En el pesebre del mundo la luz/ Astros de eterno fulgor”.
El sentido de la Navidad
Cada año, hacemos un alto para meditar sobre la encarnación y el nacimiento de Jesús, una parte del maravilloso plan de Dios para salvar a los hombres. La vida humana de Dios-Hijo inició desde el momento en que María dio su libérrimo sí al ángel Gabriel, enviado por Dios para comunicar a la piadosa doncella su papel trascendental. Los cristianos afirmamos que Jesús es verdadero Dios, y verdadero Hombre, y, por tanto, como dice el Misal Romano en el prefacio de Navidad, “Dios que era invisible en su naturaleza se hace visible”. No solo se hace visible, sino que vino al mundo como un bebé dependiente de los cuidados de sus padres.
Casi todos nos sentimos atraídos por los bebés. Nos nace verlos con ternura, sostenerlos contra nuestro pecho, mecerlos y arrullarlos. Nos divierten sus sonrisas y sus balbuceos. Es absolutamente asombroso que Dios se hizo Niño. Él, que creó el Cielo y la Tierra, optó por nacer en un pesebre, sin fanfarrias y en condiciones de pobreza material. Nos brota con más facilidad el cariño y las palabras de gratitud hacia ese Pequeño. Podemos ofrecerle sencillas oraciones, piropos, obras concretas y pequeños regalos como el ofrecimiento de portarnos bien. También le podemos pedir favores. Escribe San Josemaría Escrivá en Camino 94, “se ha hecho tan pequeño —ya ves: ¡un Niño!—para que te le acerques con confianza”.
En estas fechas, anhelamos que Jesús nazca en nuestro corazón. ¿Qué quiere decir esa frase? El ángel anima a los pastores a alegrarse y no tener miedo cuando les anuncia: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador”. La frase implica que nació para y por nosotros. Debemos ser receptivos al amor infinito de Dios, y abandonarnos en el Señor con plena paz y tranquilidad. Dicho abandono es una consecuencia lógica de sabernos amados por Él. Aceptamos Su voluntad porque confiamos en que Él quiere lo mejor para nosotros.
Jesús nace en nuestros corazones cuando aceptamos que Él es real y nos abrimos a la fe. Nace en nuestros corazones cuando seguimos su ejemplo y tratamos de encarar los momentos de cada día como lo haría Él. Para imitar a Cristo, hay que asimilar las enseñanzas que nos dejó, leyendo la Biblia y el magisterio. También hay que practicar las virtudes, como la paciencia, el perdón, la humildad y más. Estamos llamados a ser luz, como Él es luz. Nos lo dijo claramente: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,13-16). Finalmente, debemos aprender a hacer oración como Él lo hacía.
Jesús nace en nuestros corazones cuando tratamos a los demás con caridad y salimos al encuentro de los necesitados. La Iglesia nos enseña que hay siete obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento y de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, y enterrar a los difuntos.
Hoy, muchos estaremos ocupados preparando la cena navideña, los últimos regalos y mil detalles más, pero apartemos unos momentos para contemplar el profundo significado de la Navidad. Dejemos que Jesús nazca en nuestros corazones.