Con otra mirada
Fallece gran legislador cultural
Actuar como católico practicante, al tiempo de desempeñarse como miembro masón, respetado por sus compañeros de logia.
El pasado miércoles 18 falleció Alfonso René Ortiz Sobalvarro, abogado de profesión, amante de la naturaleza y sus cumbres; ligado a la conservación del patrimonio cultural, experto en legislación cultural; católico practicante y masón, pero sobre todo gran colaborador y entrañable amigo.
Vi asomar su rostro curioso que me vio con simpatía y cierto grado de satisfactoria complicidad.
Lo conocí en 1978, recién electo Conservador de la Ciudad, durante un seminario internacional sobre Registro de Bienes Culturales. La dinámica del encuentro estaba concentrada en la capacitación técnica en aquella fase de la conservación, pero las exigencias de La Antigua Guatemala —LaAG—, a dos años de los terremotos de Feb1976, su fragilidad y urgencia de intervenir los edificios monumentales, requerían otro tipo de ayuda. Así lo expresé en aquel contexto de pesada carga académica; que las prioridades eran distintas a las mías. Mientras lo expuse, ponderando el valor de la capacitación registral, hice notar que mis necesidades eran de otro carácter y naturaleza, relacionadas a piedras, ladrillos, cal, arena, hierro y cemento; el silencio cundió en la mesa. A mitad de la misma, Alfonso se inclinó para ver quién traía un tema ajeno al plan. Vi asomar su rostro curioso que me vio con simpatía y cierto grado de satisfactoria complicidad.
Para entonces, él gozaba de amplia experiencia en el ejercicio de la profesión, al servicio del patrimonio cultural, como asesor jurídico del Instituto de Antropología e Historia, máxima autoridad en el ámbito nacional. Calidad en la que, a la primera oportunidad que tuve, le invité a colaborar en la protección de LaAG; período durante el que se forjó, más allá de la relación laboral, una sólida amistad, confianza y mutua admiración profesional. Su amplia cultura e interés por la conservación de los bienes culturales me llevaron a conocer de su afiliación a la masonería. Eso me permitió entender su interés por la arquitectura y afinidad con sus creadores.
El origen de la masonería resale a la Edad Media europea, con los picapedreros —del francés antiguo: maçon = cantero— que conocían los materiales y dominaban las técnicas y secretos de la construcción, celosamente guardados en sus cofradías, conocidas como logias. Esa sabiduría les permitió edificar las grandes catedrales y, por lo tanto, moverse libremente de ciudad a ciudad ante el prestigio alcanzado, al ser los creadores del más grandioso y vertical espacio religioso, el Gótico: genial concepción sustentada en una innovadora estructura de origen matemático, resultado de los textos bíblicos y la creencia de la existencia de un Ser Supremo; de ser fieles guardianes de los secretos del oficio, su fraternidad gremial y respeto a una estricta jerarquía que va del aprendiz, al compañero y al maestro. Sus símbolos, instrumentos de trabajo, son la escuadra (virtud) y el compás (sabiduría). También está la colmena, que representa la cooperación y el trabajo entre sus miembros, y el ojo de la providencia, que representa la vigilancia eterna de Dios.
Es una hermandad iniciática y jerarquizada, organizada en logias de ideología racionalista y carácter filantrópico. La Iglesia Católica la ha prohibido, declarando que quienes se inscriban en esas logias están en pecado. Entiendo que la libertad de determinación de sus miembros, al menos de la logia chapina y conociendo la integridad ética, moral y cívica de mi amigo, le permitió actuar como católico practicante, al tiempo de desempeñarse como miembro masón, respetado por sus compañeros de logia, como lo expresaron durante sus honras fúnebres.
Descansa en paz, querido Alfonso, amigo y cómplice de batallas por la protección de los bienes culturales de nuestro amado país.