Este mandato de Trump visto desde la psicología
La psicología ayuda a analizar las acciones personales de los políticos y se debe agregar a la realidad política en sí.
En el 2016 la llegada de Donald Trump a la presidencia inició el “trumpismo” de cuatro años, cuando se unió al pequeño grupo de presidentes derrotados en su reelección. Esta vez, dentro del capitolio a causa del pronóstico de -10 grados de temperatura —broma negra del clima a su ego— comenzará un “trumpmuskismo” o “musktrumpismo”. Es útil analizar el fenómeno político desde la órbita psicológica porque explica porqués. En las no meditadas promesas de campaña al olvidarlas surge el verdadero yo, no el presentado hacia afuera. El Ego —sinónimo de Yo— refleja cómo funcionamos y el Superego es la conciencia ética entre lo malo y lo bueno. Trump perdió la elección del 2020, berrinches aparte, y ganó la de noviembre, berrinches aparte.
Tuvo la mayoría de votos populares y votos electorales, por primera vez en veinte años. Verdad indiscutible. Pero hay otra: fue menor a la de 2016 porque sus votos populares fueron menos. Ganó con 324 votos electorales, muy lejos de los 525 (de 538. 97.5%) obtenidos por Reagan, además de una diferencia de ocho millones de votos populares. Aceptar eso también es durísimo para un ego exacerbado porque choca con el superego. Es explicablemente humano considerarse y estar seguro de ser buena persona y además sin defectos. En política, esos defectos tienen efectos desorbitados si no se les pone freno y la psicología otorga herramientas científicas para recuperar una serenidad perdida.
De los medios, periodistas, comentaristas y editorialistas, mejor ni hablemos, al saber el predecible futuro.
Hoy, las posibilidades de un gobierno dictatorial y totalitario, hasta hace poco impensables, están allí: mayoría, aunque débil, en el Senado, el Congreso y la Corte Suprema (3 contra 2). Se agrega el pensamiento económico-político de los llamados a participar, ansiosos de actuar pero inexpertos en la realidad política interna y foránea. Al persistir en apoderarse del canal de Panamá, amenazar a México y referirse a Canadá y Groenlandia quedó mal históricamente y lo mismo le ocurrió con Putin, Xi, Norcorea e Irán, cuyas frías sonrisas tan falsas como un billete de seis dólares. Olvidó la casi dos veces milenaria frase romana “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. De los medios, periodistas, comentaristas y editorialistas, mejor ni hablemos, al saber el predecible futuro.
Este primer año de entrante gobierno es el más importante del período, porque marcará el rumbo, ya sea nuevo, o parcialmente igual porque no representará continuidad del primero, sino será otro, mejor o peor según quien lo analice. Durante estos 365 de los 1,280 días de su duración, hay gran posibilidad de novedades: cambios en el equipo cercano, divorcios dentro de los casorios políticos, por definición interesados, pugnas y antagonismos dentro de su propio partido, sucesos internacionales de interés estadounidense, o simples incumplimientos de promesas. Dice con claridad cómo piensa, pero eso es en un momento, sin seguridad de no haber una amnesia política posterior, como sucede a un porcentaje, digamos el 99.8%, de políticos del mundo.
Al saberse la abrumadora derrota de la hoy desaparecida Harris, comenzaron las reacciones mundiales debidas a haberse extremado las posiciones ideológicas internas. Fue un evidente voto de castigo a los demócratas, no medible pero real, debido a sus tontas actitudes elitistas y dizqueprogresistas, impopulares pero ocultas. En Estados Unidos las posiciones moderadas han sido dominantes hasta ahora, y el cambio al extremismo también tiene claras manifestaciones en otros países donde los defectos del útil y exitoso sistema liberal, también tan urgido de mejoras, han sido exacerbados por fanatismo y activismo ideológico en ambos lados, unidos en la terquedad de no entender los efectos del error y la ceguera. A partir de hoy por la tarde se despejarán dudas.