Catalejo

Esta crisis sólo terminará si pactan notables apolíticos

Se debe llamar a notables, ajenos a la politiquería, para evitar el derrumbe nacional y las presiones foráneas y locales.

La crisis a causa de la actual situación politiquera de Guatemala ha llegado a unos extremos imposibles de aceptar. La Ley contra la Delincuencia Organizada y la Policía Nacional tienen características de una película de terror mezclado con ciencia ficción. Fue notoria la defensa de estos dos mamotretos protagonizada por el exdirector de la Policía y actual presidente del Congreso, Fredy Ramos, abogado de historial largo, variado y relacionado en tiempos de Portillo, cuando logró agradecimiento y fama por integrar un equipo de investigación y resolución de secuestros, a cuya cabeza estaba el venezolano Víctor Rivera, asesinado en el boulevard Liberación. Quienes lo conocen lo califican de profesional, exitoso y lo aprecian por la resolución exitosa de plagios.

Se debe llamar a notables, ajenos a la politiquería, para evitar el derrumbe nacional y las presiones foráneas y locales.

Ya con el gusano de la politiquería, participó como candidato a diputado en el partido Azul y fue uno del par de electos. Es un hábil negociador profesional y ello, creo, explica haber logrado presidir el Congreso e incluso desde ahora ser mencionado como aspirante a la presidencia. Su relación con el mundo policial provocó, a mi juicio, una actitud positiva hacia la Policía y sus miembros, quienes ahora según esa ley se han convertido en remedos de James Bond, “con licencia para matar”. En un país como el nuestro, esa posibilidad es terrible y está llamada a despertar o afianzar el temor ciudadano porque, además, no está claro si queden impunes ya oficial y legalmente en caso de un homicidio —o asesinato— sobre todo en los sectores poblacionales pobres.

La ley de la delincuencia organizada esconde acciones contra quienes, siendo periodistas profesionales o personas confiadas en la libre expresión del pensamiento y su divulgación sin persecuciones. La meta buscada en forma oculta es el silencio ciudadano ante las acciones, decisiones y opiniones oficiales, al estilo de Lenin, Marx, Hitler, Stalin, Mussolini, Franco, Oliveira, Perón, Putin, Ortega, Maduro y también Bukele. Por sus declaraciones y calificaciones de “noticias falsas” a todas aquellas molestas para él y ahora sus escogidos para el gabinete y personajes como su nuevo amigo Musk, Trump está a punto de ingresar en ese club, aunque lo nieguen, por ceguera voluntaria, no sólo los millones de sus votantes sino sus fanáticos admiradores en otros países.

El Congreso apoyó ambas leyes en una sola sesión, agitada, sin seriedad y ruidosos brindis con carcajadas de licores de alto precio y botellas dedicadas, cuyo fin ocurrió a la salida del sol. Al día siguiente el juez Fredy Orellana canceló a Semilla y de inmediato sus miembros comenzaron a aburrir y desesperar a los ciudadanos con acciones legales mal redactadas, por lo cual la Corte de Constitucionalidad les dio un plazo para corregir los errores. Para mientras, algunos diputados se arrepintieron, un partido expulsó a dos de ellos por firmar la abominación jurídica decidida por el Congreso y ello puso en aprietos al presidente Ramos, cuyo criterio —me imagino— ya le hizo darse cuenta del significado de lo acontecido en el cuasi aquelarre hoy comentado.

Como “de tumba en tumba se entera todo el cementerio”, hay rumores de presiones internacionales contra Bernardo Arévalo, asediado por las nacionales para obligarlo a renunciar y ahondar la crisis. Un camino es aprovechar la capacidad de Ramos para poner en orden a Consuelo Porras, por negociación, pacto o renuncia.  El tiempo político del país se mide hoy por horas y ya llegó el momento de establecer un acuerdo derivado de personas notables, es decir, sin participación en este intríngulis político. Hace algunos años, una precipitada ley, mal redactada, decidía la salida de prisión de todos los delincuentes. Al día siguiente fue derogada. Hoy se debe repetir eso, porque el rechazo es total.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.