Estado, empresa y sociedad
Es posible la política honesta
Jacques Rousseau señalaba que “los que quieren tratar la política y la moral de forma separada, nunca entenderán nada sobre ninguna de las dos”.
Siendo diputado al Congreso de la República, antes de la última vez que asumiera el cargo de superintendente de Bancos, impartía la cátedra de Política Parlamentaria en la Maestría en Derecho Parlamentario, en una reconocida universidad local. Una grata experiencia para quien le gusta la docencia.
Es indispensable que el político honesto posea sólidas convicciones personales.
Con los alumnos hicimos algunas actividades pedagógicas de role-playing, agrupando a los estudiantes por bloques parlamentarios con la misma distribución que había en el Congreso, simulando lo que sucedía en el hemiciclo parlamentario. Para mi sorpresa, en el juego, ante casos de aprobación de leyes, de préstamos o del presupuesto, se repetían las mismas conductas de alianzas, divisiones y confrontaciones del mundo real.
Se evidenció el llamado logrolling, que se refiere a la práctica de los legisladores de apoyar las iniciativas de otros legisladores, a cambio de recibir apoyo para sus propias propuestas; en otras palabras, el intercambio de favores o apoyos políticos. Como sabemos, una iniciativa de ley con el voto de un solo diputado jamás podría convertirse en ley si no contase con el apoyo de al menos 80 congresistas más, para lograr la mayoría de la mitad más uno de los 160 congresistas. Negociación política, le dicen: hoy por ti, mañana por mí. Puede sonar desagradable, pero es una práctica parlamentaria universal. Por otra parte, la mayoría, aunque es la que decide, no por ello siempre tiene la razón.
Los diputados distritales, en su papel legislativo y de fiscalización, pero primordialmente como representantes de su comunidad o distrito electoral, están llamados a procurar los bienes y servicios públicos que beneficien a la población que los eligió, lo cual es legítimo y aceptable. Lo que no se puede ni se debe, es que ese apoyo se obtenga a cambio de plazas; contratos de suministro y venta de medicinas o equipamiento médico; o construcción y mantenimiento de carreteras, hospitales y escuelas; o sobrevaloraciones de obras; o pago de comisiones, como ha divulgado la prensa.
Entonces, ¿es acaso posible la política honesta? Jacques Rousseau señalaba que “los que quieren tratar la política y la moral de forma separada, nunca entenderán nada sobre ninguna de las dos”. Aleksander Kwasniewski, expresidente de Polonia, asevera que la práctica de la política no solo puede, sino que debe conciliarse con los imperativos de la honestidad. En tanto santo Tomás Moro consideraba que la política es el arte de lo posible a partir de la razón, por el bien de la sociedad.
Un político honesto es alguien que considera la política como una herramienta para alcanzar el bien común. El político honesto aplica el pragmatismo basado en principios, no es ingenuo y sabe que muchas veces es necesario tener paciencia. La prueba más difícil para un político honesto llega cuando debe defender las ideas correctas, pero que no son populares. Y que, a la hora de tomar decisiones políticas, afronta dilemas de conciencia sobre lo que es honesto y lo que no lo es; sobre lo que es correcto y lo que no.
Pero un político honesto no logra por sí solo garantizar el bien común. No es fácil, pero es necesario aprender a convivir con los demás políticos, algunos de los cuales equiparan la política únicamente con la popularidad, o no procuran el bien común. En consecuencia, es indispensable que el político honesto posea sólidas convicciones personales, cimentadas en profundas raíces éticas y morales. Y sea capaz de llegar a acuerdos políticos beneficiosos para la gente, sin prescindir de sus valores y principios.