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Enemigos a la carta

Intereses foráneos suben el tono del debate político sin atender límites.

Existe una diferencia entre adversario y enemigo. El adversario se encuentra en una discusión con opiniones contrapuestas. Puede ocasionarse daños en el choque, pero se reconoce un límite. En cambio, al enemigo hay que destruirlo. Los magnánimos aceptan como límite cesar el ataque, cuando están impedidos de oposición y han sido cancelados.

La escena política nacional admite la contradicción abierta, pero sin buscar destruir a la otra parte.

Algunos países latinoamericanos han sido marcados por la mayor parte de corporaciones financieras y mercantiles dominantes en el mundo, para sabotearlos. La retórica exterior de EUA, los ha señalado pero, a la fecha, no ha efectuado ninguna acción de desestabilización y mucho menos de fuerza militar. Como respuesta esa nación recibe discursos de los tiranos gobernantes, con los calificativos del siglo pasado, atractivos para incautos. No se trata solo de partidarios izquierdosos nostálgicos, sino también de la extendida caterva anclada en el derechismo del siglo XX. Desconocen la importancia de respetar el régimen de legalidad y empujan a acciones destructivas.

En nuestro país crece la tosquedad en el análisis. De esa cuenta, está muy lejos, el sueño de una nación donde la democracia se resuelve con el debate respetuoso de adversarios para generar acuerdos de mayoría, siempre con carácter temporal. En consecuencia, no debiesen generarse enfrentamientos de enemigos, pero la insidia foránea lo promueve.

En Nicaragua, el presidente y esposa, atropellan todo derecho humano; pero en lugar de soportar acciones efectivas, se negocia con ellos. No pasa lo mismo con el llamado Triángulo Norte de Centroamérica, por la constante intervención de comisiones de la OEA, personalidades, sanciones y listados para execración de ciudadanos confeccionadas por parte del Departamento de Estado, amplificados por organismos internacionales y oenegeros con financiamiento escondido.

Dejemos de lado comparaciones con Venezuela, donde la gravitación de la posición nacional es limitada. Mucho menos, de situaciones mundiales, envueltas en conflictos bélicos, dada la poca influencia del país. No obstante, la algazara de unos lleva a perder el tiempo en interpelaciones y posicionamientos sin atender la estatura geopolítica nacional.

La democracia implica el derecho de votar por unos y postergar a otros. Imponer los criterios propios a otros ciudadanos, no tiene lugar. Quién vota de acuerdo a su conciencia, lo hace bajo ejercicio de un derecho. No me puede gustar su criterio, pero nadie tiene derecho a agregarlo a un listado de enemigos para anular su ciudadanía. Puedo expresar mis puntos de vista, pero no amenazar a partidarios de otras posiciones con remover visas, incluirlo en listados y, como fue en el siglo pasado, atentar contra su seguridad personal o bienes.

El llamado tráfico de influencias solo se aplica a unos, otros pueden vetar a determinados personajes, mientras promueven a los suyos, como acontece en el nombramiento de funcionarios judiciales. Los socialistas han presumido de su carácter progresista, pero en el caso de entrometidos militantes de ese signo, resultan estar concertados con formaciones conservadoras. La intervención extranjera está a la vista, bajo patrocinio de grupos de abogados de Nueva York, de enemigos del presidente Nayib Bukele; en suma, de lacayos sin respeto por magistrados constitucionales, bancadas políticas legislativas y líderes nacionales. De esa cuenta, se genera un pleito que se desliza hacia la formación de bandos enemigos, cuya lógica es la lucha donde vale todo y terminará en violencia. O se despierta, o el sueño de un país independiente se convertirá en pesadilla.

ESCRITO POR:

Antonio Mosquera Aguilar

Doctor en Dinámica Humana por la Universidad Mariano Gálvez. Asesor jurídico de los refugiados guatemaltecos en México durante el enfrentamiento armado. Profesor de Universidad Regional y Universidad Galileo.