Imagen es percepción
En Guatemala: ¡Sálvese quien pueda!
Cada vez son más frecuentes los casos en los que se desenfundan armas de fuego, simplemente porque alguien toca la bocina.
El tráfico en la ciudad de Guatemala es una pesadilla diaria, que consume horas de vida y agota la paciencia de los ciudadanos. El caos vehicular no solo es un problema por una pobre y descuidada infraestructura, sino también un reflejo de una gestión municipal desastrosa.
La ciudad de Guatemala pide a gritos un cambio en la gestión de sus problemas viales.
Las calles principales, concebidas para una ciudad mucho más pequeña y con menos vehículos, ahora se encuentran desbordadas por la creciente demanda, convirtiendo cada trayecto en una odisea sin final previsible. Actualmente, se estima que más de 1.5 millones de vehículos transitan a diario en la capital, una cifra que las vías existentes no pueden soportar.
Lo más alarmante de esta situación no es solo el embotellamiento constante, sino la actitud de los conductores. En un ambiente donde la agresividad al volante ha alcanzado niveles peligrosos, no es raro que un simple sonar de bocina, se transforme en el detonante de una confrontación violenta. Los casos en los que se sacan armas de fuego en plena vía pública, se han vuelto frecuentes, reflejando un estado de desesperación generalizada y una falta de control, que pone en riesgo no solo a los involucrados directos, sino a todos aquellos que se ven forzados a compartir las calles con ellos.
Este escenario de caos y violencia es agravado por la falta de vías de acceso adecuadas. En lugar de invertir en la expansión y mejora de la infraestructura vial, las autoridades parecen contentarse con medidas temporales que no solo resultan insuficientes, sino que a menudo empeoran la situación a largo plazo. La ciudad carece de avenidas y rutas alternas suficientes que permitan descongestionar las áreas más críticas, lo que agrava aún más el problema del tráfico y contribuye a la frustración colectiva.
A esto se suma la evidente escasez de agentes de tránsito. La ausencia de una autoridad visible y efectiva, que regule y controle el tráfico en las horas más críticas, no hace sino fomentar el desorden y la impunidad. Los pocos agentes que se ven en las calles están claramente desbordados, sin los recursos necesarios para manejar una situación tan caótica, lo que deja a los conductores librados a su suerte en un entorno donde la ley del más fuerte, parece ser la única que rige.
En el epicentro de esta crisis se encuentra el alcalde Ricardo Quiñónez, quien asumió el cargo en abril del 2018 tras la muerte de Álvaro Arzú. A pesar de las numerosas promesas de mejorar la movilidad urbana, la realidad es que su administración ha fracasado en abordar los problemas de fondo. Las soluciones implementadas hasta ahora son meros parches, que no resuelven nada y, en muchos casos, solo empeoran una situación ya de por sí insostenible.
Al comparar su gestión con la de Álvaro Arzú, quien gobernó la ciudad durante más de 20 años en diferentes periodos, la diferencia es evidente. Mientras que Arzú se destacó por impulsar grandes proyectos de infraestructura, y mantener un cierto orden en las calles, Quiñónez ha mostrado una falta de visión y capacidad para enfrentar los desafíos actuales. La tecnificación de los semáforos, por ejemplo, que fue uno de los avances prometidos por Quiñónez, se ha implementado de manera irregular y con resultados mixtos, dejando a la ciudad en un limbo tecnológico, que no logra aliviar el caos vehicular.
Es evidente que la ciudad necesita un cambio urgente en la manera en que se gestionan sus problemas viales. Pero más allá de las necesarias mejoras en infraestructura y la mayor presencia de agentes de tránsito, lo que realmente se requiere es un liderazgo, que entienda la gravedad del problema y que esté dispuesto a tomar las decisiones valientes y necesarias, para devolverle a los ciudadanos el control de sus calles.