Mirador

En el mes de la Independencia

Es evidente que nos despegamos burocráticamente de un imperio del otro lado, pero seguimos encadenados a otro más cercano y a nosotros mismos.

Max, mi perro, está en casa sin collar. Quiero que se siente libre, cómodo, sin ataduras. Sin embargo, nada más abrir la puerta de la casa, busca afanosamente la cuerda de la que “se” atará para sus paseos diarios, y se prende a ella con la boca. No gusta ni sabe salir a la calle sin estar amarrado, con la seguridad —o la dependencia— de que en el otro extremo estoy yo. Max desconoce lo que es ser libre, pero lo más interesante del asunto es que no le importa y parece preferir estar encadenado a alguien que diariamente le proporciona la comida y el agua, lo baña, cuida, desparasita, educa, vela por su salud, da un hogar y le busca el mejor entorno de vida. Max se siente feliz en su Estado del bienestar perruno y lo refleja con saltos y carantoñas cuando entro en la casa —desconozco si de alegría o de agradecimiento—, porque creo que percibe que mientras me vea disfrutará de esas ventajas.

Artimañas sobran por doquier, pero también mala leche y falta de ética, como se ha demostrado en estos últimos años de mi corta memoria histórica.

El ser humano, a diferencia de Max, puede elegir, discernir, pensar y asumir la responsabilidad que conlleva una decisión libre, y las implicaciones que tiene. Decidir es arriesgar, y no todos estamos preparados para hacerlo ni mucho menos para aceptar las consecuencias; de ahí que sea tan popular promover el aborto, un asesinato tras la equivocación de dos actores libres. Da la sensación, cada vez más, de que hay gente que prefiere la seguridad de algo que la libertad de conseguirlo. El problema es que “ese algo” no siempre es lo que uno desea, y aumenta cada día persiguiendo un horizonte infinito e imposible satisfacer.

Conmemoraremos este año uno más de “Independencia”, cuando realmente somos más dependientes que nunca. Es evidente que nos despegamos burocráticamente de un imperio del otro lado, pero seguimos encadenados a otro más cercano y a nosotros mismos, lo que no es mucho mejor. No fuimos ni somos —veremos si en el futuro cambia— capaces de autogestionarnos como sociedad, porque ello requiere sacrificio, honestidad, decencia, ética, capacidad, valor y acción responsable, y durante estos doscientos y pico años no se ha construido mucho, o incluso se ha destruido lo que pudo haber habido.

Si los conquistadores vencieron fue porque aprovecharon un mundo dividido en el que algunos querían aniquilar a sus vecinos, y únicamente hubo que ponerlos de acuerdo y dirigirlos a la batalla. Hoy —al igual que entonces— la polarización existe en no buscar un consenso para una mejor gobernanza —cuento chino ya muy trillado—, sino cómo dominar al grupo contrario. Artimañas sobran por doquier, pero también mala leche y falta de ética, como se ha demostrado en estos últimos años de mi corta memoria histórica.

Lo curioso —que suele coincidir con lo facilón— es que aprendimos aquello de “echarle la culpa a otros”, y lo convertimos en el deporte nacional. ¡Siempre son los otros! Aquellos que son comprados a la hora de votar, o “mi gente” que no sabe hacer las cosas o “el indio”, como el gran Asturias reflejara en sus tesis de graduación. No importa, siempre hay un “chairo” o uno del “pacto de corruptos” que es culpable.

De aquella “Independencia” nos quedamos solamente con la “pendencia”, en cualquiera de sus acepciones de la RAE, porque todavía queda mucho por construir, aunque creo que no seremos capaces de hacerlo. Así que, frente a la incapacidad, inventamos el positivismo enfermo para justificar cómo haremos “ahorita” lo que desplazamos diariamente, a pesar de que debimos haberlo hecho el día anterior.

Voy a pasear a Max, al menos él es consecuente con lo que hace.

ESCRITO POR:

Pedro Trujillo

Doctor en Paz y Seguridad Internacional. Profesor universitario y analista en medios de comunicación sobre temas de política, relaciones internacionales y seguridad y defensa.

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