Aleph

El trabajo infantil es esclavitud

Queremos que las niñas y los niños que trabajan dejen de hacerlo y se pongan a estudiar.

“Florida debate modificar leyes de trabajo infantil para cubrir puestos vacantes dejados por inmigrantes indocumentados”, dice el titular de una noticia de CNN, escrita por Jordan Valinsky el 25 de marzo de 2025. “El gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis, y la legislatura estatal tienen una posible solución: los niños. La legislatura estatal debatirá este martes un proyecto de ley que flexibilizaría las leyes sobre trabajo infantil, y permitiría que niños de tan solo 14 años trabajen en turnos nocturnos”.

Queremos que las niñas y los niños que trabajan dejen de hacerlo y se pongan a estudiar.

En pleno siglo XXI existe la posibilidad, en un lugar de Estados Unidos, de crear  una arquitectura jurídica que puede poner en reversa el carro de los derechos de la niñez y adolescencia, de muy reciente elaboración teórica.  Llevamos apenas un siglo de la Declaración de Ginebra, la cual reconoce que existe algo llamado derechos, también para los niños, y que hay una responsabilidad de los adultos en la crianza, y de un plumazo quieren revertir lo que se ha avanzado a contrapelo de una historia de esclavitud e ignorancia. Apenas hace 35 años, la Convención de los Derechos del Niño reconoció a las niñas y los niños como sujetos de derechos y deberes, y ya quieren ponerlos de nuevo a trabajar. Habrá que recordar que ante las crisis políticas, económicas, culturales y sociales, siempre son los derechos de las niñas, niños, adolescentes y mujeres  los primeros en ser directamente afectados.

Esto me hizo pensar en el trabajo infantil que, en Guatemala, sigue sin estar debidamente regulado. Pienso en un sistema social como el nuestro, que precisa del trabajo infantil para “prosperar”. Pienso en la deuda histórica que el Estado de Guatemala tiene con su niñez y adolescencia. Pienso en las alternativas que deberíamos, como país, ofrecerles hoy a todas las niñas, niños y adolescentes que trabajan y viven en esclavitud. Pienso en las manos de las niñas y niños que, a partir de muy temprana edad, fabrican “cuetes” para nuestras fiestas, porque sus deditos son más pequeños y más ágiles para ello. Particularmente, recuerdo la experiencia de “los niños de la pólvora”: Daniela, de 7 años, y Enrique, de 3, quienes murieron en una cohetería artesanal de San Juan Sacatepéquez, en diciembre pasado. No fue esta la primera vez. Y me pregunto  ¿cuándo resolverán algo al respecto la Comisión Municipal de Niñez y Adolescencia o la mesa técnica convocada por el Ministerio de Trabajo? O quizás la pregunta que habría que hacerse es ¿quiénes son los únicos distribuidores de pólvora en Guatemala? Esto podría comenzar a darnos algunas respuestas.

Hace ya algún tiempo, se promovió una reforma al Código del Trabajo, para  regular el trabajo infantil. No avanzó. Hoy, seguimos viendo a niños, niñas y adolescentes trabajando en la agricultura, la pirotecnia, en tortillerías donde las explotan hasta 18 horas diarias, en el sector de la construcción (más en los departamentos) y hasta en el crimen organizado, vía extorsiones, robos, sicariato y más. Queremos que las niñas y los niños que trabajan dejen de hacerlo y se pongan a estudiar; queremos que esas niñas y niños conozcan sus derechos y sus deberes en la sociedad donde viven. Pero ¿qué alternativas les da este país a las familias que viven en extrema pobreza y ven en el trabajo forzado de sus hijas e hijos (que es una forma de trata) la única salida al hambre? ¿Hasta cuándo permitiremos que la violencia, la pobreza estructural y el subdesarrollo sean parte de nuestra sociedad?

A las niñas, los niños y adolescentes  no los queremos inútiles ni solo creyendo que lo merecen todo, pero tampoco los queremos esclavos. Los queremos amados, felices, respetados, escuchados, alimentados y protegidos de tal manera  que durante sus primeros años construyan para sí mismos y su sociedad la fuerza de lo que pueden llegar a ser cuando sean adultos.

ESCRITO POR:
Carolina Escobar Sarti
Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.