De mis notas
¿El Salvador de El Salvador?
Bukele: reflexiones de una gestión disruptiva.
Nayib Bukele se destaca en el tablero regional como un personaje controvertido, oscilando más en el péndulo de la admiración que el escepticismo. Ganador por un margen que solo puede describirse como “¿hubo otro candidato?” (64%), Bukele ha redefinido lo que significa liderar un país con un historial de desafíos políticos y sociales. Y mientras navega por las turbulentas aguas de la gobernabilidad, algunos se preguntan si estamos asistiendo al nacimiento de un “Salvador para El Salvador”, o a la creación de un escenario digno de una reflexión de Lord Acton: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
“La lucha contra las estructuras políticas tradicionales es una batalla cuesta arriba”. Carlos Alberto Montaner
Desde su llegada al poder, Bukele ha demostrado ser un presidente atípico. Con su smartphone como cetro, ha gobernado con un estilo que fusiona la comunicación digital, con medidas de alto impacto contra la corrupción y el combate de las maras. Los datos hablan por sí solos: la tasa de homicidios, que antes situaba a El Salvador entre los países más peligrosos del mundo, ahora lo ha convertido en uno de los más seguros. Las inversiones, antes tímidas y escasas, ahora fluyen con una confianza creciente, destacando su habilidad para navegar inteligentemente en el complejo contexto geopolítico, incluso forjando lazos con China cuando se vio asediado por una OEA-EE. UU. hasta hoy, hostil. Este contraste entre “un antes y después” en El Salvador y los logros de su administración alimenta una admiración que trasciende fronteras.
En el intento de Bukele por reescribir el manual de la gobernabilidad en El Salvador, no es solo el uso audaz de Twitter/X lo que llama la atención. La “eficiencia gubernamental”, ese ideal máximo en la administración pública, se ha convertido en el corazón de su agenda. Sin embargo, el desafío de transformar una burocracia, clientelar, corrupta e ineficiente, es un Éverest difícil de conquistar. Como bien lo señaló Carlos Alberto Montaner en No perdamos también el siglo XXI (2019): “La lucha contra las estructuras políticas tradicionales es una batalla cuesta arriba, donde los molinos de viento a menudo tienen la última palabra”.
Nayib Bukele no solo ha capturado la imaginación de los salvadoreños; su figura resuena en el escenario internacional con una popularidad que muchos líderes envidian. En no pocos países, un porcentaje significativo de la población fantasea con la idea de tener un líder como él. La razón es evidente: el cansancio colectivo frente a la inseguridad, la corrupción rampante y los problemas sistémicos y estructurales que están asolando a sus naciones.
La causa de este malestar global se atribuye a menudo a políticas socialistas o populistas/mercantilistas, con la consabida corrupción que de ambos extremos emana, y que, lejos de resolver problemas, ahuyentan la inversión y perpetúan la pobreza. Bukele, con sus esfuerzos por combatir precisamente estos males en El Salvador, ha logrado mejorar significativamente la seguridad y la gobernabilidad y un cambio de imagen/país positivo que está incidiendo en forma integral, especialmente en su economía.
Al observar su ascenso, es imposible no reflexionar sobre las palabras de Lord Acton. Desde una perspectiva liberal, la concentración de poder en el Ejecutivo plantea dudas sobre la salud de la república. ¿Estamos presenciando la erosión de la separación de poderes en El Salvador, o simplemente una nueva forma de “eficiencia” gubernamental?
Es innegable que muchas críticas hacia Bukele de organismos internacionales y de derechos humanos revelan sesgos ideológicos. Esto los predispone contra gobiernos que, como el suyo, rompen con el statu quo y exploran nuevas formas disruptivas de gobernabilidad.
Mientras El Salvador navega por esta nueva era bajo la batuta de Bukele, la balanza entre el progreso y la preservación de las libertades individuales es su mayor reto. ¿Será recordado Bukele como el arquitecto de un nuevo El Salvador, o como el protagonista de una antigua advertencia sobre el poder?
El tiempo lo dirá. Por ahora el pueblo habló alto y claro.