El libre albedrío de los humanos
Hago énfasis en que los animales sobreviven gracias a su permanente toma de decisiones.

El libre albedrío es la capacidad que el hombre se atribuyó, asimismo, en su mal fingida superioridad, diferenciándolo del instinto que asignó al resto de animales.
Veo con desazón cómo las decisiones colectivas, en particular las del espacio político, suelen ser desafortunadas.
Libre albedrío o libre elección se refiere a la facultad de actuar según propia voluntad y razonamiento. Proviene de las palabras latinas liber (libre) y arbitrium (juicio). Es un concepto fundamental en filosofía, derecho y religión, pues se relaciona con la moral, la justicia y la capacidad de elegir entre el bien y el mal. La religión católica fue más allá: lo considera un regalo de Dios para que el hombre elija voluntariamente seguirle o no. Se diferencia de la libertad en el sentido de que conlleva la potencialidad de actuar o no.
Es por esa diferencia que en el título de este artículo enfatizo “de los humanos” y desigualo, en el primer párrafo, del instinto relegado al resto de la escala zoológica. Hago énfasis en que los animales sobreviven gracias a su permanente toma de decisiones: actuar o no, según el riego que conlleva hacerlo, actitud que depende de esa capacidad que en el hombre mermó en la medida que su cerebro creció y desarrolló.
Al dar por válida la presunción de superioridad que el libre albedrío hace al hombre responsable de sus acciones colijo, en cuanto el bien y el mal se trata en su más amplia acepción, que su aplicación como postura individual, implica que toda acción que emprendamos tendrá por objeto nuestra comodidad, seguridad y bienestar particular. Extrapolando esa aplicación al conglomerado social, si bien, tendrá los mismos objetivos, entra en juego la diferencia con la simple y llana libertad. Entendiendo que esta es un concepto relacionado con la justicia, un derecho a escoger de manera legítima sin perjuicio a uno mismo o a los demás; es la capacidad de actuar sin obstáculos. En tanto, el libre albedrío es un concepto filosófico y religioso que nos da la capacidad de elegir y tomar decisiones autónomas.
Más allá de esa privilegiada capacidad, veo con desazón cómo las decisiones colectivas, en particular las del espacio político, suelen ser desafortunadas; ámbito en el que me parece que nada de lo expuesto tiene cabida. Y no tanto por la naturaleza de la política, sino por el pobre nivel cultural de quienes la practican; al menos en mi país. Aquí pareciera ser requisito indispensable para participar en ella o a cargos de elección popular, ser escaso de entendimiento, desconocer el territorio en que viven y no importar un comino el bienestar de los demás.
Basta escuchar en los noticieros cómo actúan dignatarios, funcionarios, servidores y empleados públicos, que no parecen tener idea de la importancia y responsabilidad del cargo que ocupan o puesto que desempeñan y su nula relación con la trascendencia de sus decisiones. Me refiero, para que no haya lugar a duda, al libre albedrío, como concepto central de la filosofía, como base legal de la responsabilidad penal de sus acciones, y como privilegio que Dios les ha dado, como requisito indispensable de su responsabilidad moral.
Materias como la filosofía, el derecho y la religión parecen estar en las antípodas de la política criolla, de ahí el alto grado de vulnerabilidad corruptiva al que está sujeta y que, localmente, florece como jacaranda en primavera.
Las canciones populares suelen expresar de mejor manera lo que otros nos esforzamos en describir: “Yo quisiera ser civilizado como los animales”, cantó Roberto Carlos en 1976, criticando la desatención política por la destrucción ambiental.