Rincón de Petul
El inglés del presidente
La innecesaria concesión de una debilidad no exigida puede merodear en la esfera de lo que no es prudente.
¿Es prudente que el presidente de una nación opte por hablar en idioma extranjero en foros internacionales de alta tensión política? Es una pregunta que no pretende visitar la discusión sobre si dicho funcionario debiera —o no— tener capacidades multilingües. Sino, más bien, examinar la decisión que toman algunos dignatarios que ceden a la presión —la del lugar, la de la compañía, o la del orgullo personal— y que los lleva a abandonar el área más segura que puede existir en términos del idioma que se habla: la de su lengua natal. Me acompaña esta inquietud desde marzo, cuando el presidente de nuestro país visitó Estados Unidos. En dicha gira, en ciertos momentos públicos, escogió usar el inglés y no el idioma del país que representa. Esto, a pesar de que la visita se dio en el marco de un difícil momento político en aquel país, y donde el nuestro juega un comprometido papel, en el feroz debate alrededor del problema de la emigración irregular y su frontera sur.
La innecesaria concesión de una debilidad no exigida puede merodear en la esfera de lo que no es prudente.
En la gira mencionada, el presidente Arévalo atendió una entrevista a la cadena CBS News, y fue entrevistado por el renombrado corresponsal Ed O’keefe. La entrevista abordó aspectos políticos importantes de la transición guatemalteca, pero está claro que se centró en la tensa situación migratoria. Esa, de la que Guatemala es parte y en la que, Arévalo tiene una relevante voz, dado que preside el país cuyos ciudadanos han liderado los encuentros en la frontera sur por más de una década. Es importante mencionar que, en el caso de Arévalo, su competencia en inglés —como segundo idioma— es sobresaliente y su dicción podemos decir que hasta reviste de una elegante exquisitez.
Pero algo no termina de ser innegable: el inglés no es su lengua natal. Por tanto, es inevitable que se escapen pifias gramaticales, que salgan imprecisiones de pronunciación y que se limiten mensajes que, en español, quizás se hubieran expresado con más fluidez y asertividad. Para el caso de una conversación casual o informal, o incluso profesional en algún otro campo, a un inglés de este nivel no se le encontraría pero alguno. Pero para el escenario político, donde enemigos de la razón pululan a la caza de excusas para ridiculizar las posiciones de los contrarios, la innecesaria concesión de una debilidad no exigida puede merodear en la esfera de lo que no es prudente.
Arévalo entiende las causas que originaron el éxodo de Guatemala, y ve el desarrollo como una solución. Su intención de atraer fábricas y compañías estadounidenses para dar empleo que desmotive la emigración, también es lógica. Pero no sé si advirtió que se opuso frontalmente a lo del candidato republicano. Trump, ferozmente exige que esas mismas compañías regresen a su propio territorio. Y es peligroso que recurre a la burla y la ridiculización; se mofa de apariencias para salir vitoreado por sus simpatizantes. Un gesto, una postura y la pronunciación de una palabra se convierten hoy en armas políticas letales, cuya evitación vale la pena ponderar. Entiendo que el presidente quiera usar a su favor su exquisito inglés. Sería elegante escucharlo como parte de un saludo, de una introducción. Pero podría seguir el ejemplo de presidentes de alto calibre que se ciñen a su lengua, a pesar de ser fluidos en otros idiomas. Eso, en sí, también reviste un elegante liderazgo.