De mis notas
Diputados peligrosos
Mafias e ideólogos radicales, la fórmula de la pobreza.
La desgracia de un país es saber que en el horizonte de su futuro se ve un entramado complejo, corrupto y oscuro, porque sus instituciones están cooptadas y manejadas por una simbiosis de mafias e ideólogos radicales empeñados en asegurar tal destino.
Legisladores con el signo del quetzal en la frente y la maldición del maligno en la billetera del trasero.
Nuestro país podría prosperar y desarrollarse para el beneficio de todos sus ciudadanos, pero no puede porque en todo su sistema está enquistado un cáncer que le carcome las entrañas, haciéndolo vulnerable a esta especie depredadora, que es la clase politiquera ignorante y clientelar.
En este momento, varias leyes se están gestando en el Congreso que afectarán gravemente la economía, imponiendo una serie de restricciones a la productividad y a las empresas, que son -oh ironía- las que sostienen al Gobierno con sus impuestos y generan empleo.
No hay argumentos lógicos ni defensas fundamentadas que cambien la opinión de estos diputados, porque sus decisiones son politiqueras, discrecionales y abiertamente clientelares. Súmese la ignorancia. No leen, y si leen, no entienden.
Tienen un problema adicional: sus líderes permeados por venenillos ideológicos convenientes, leen por ellos y les presentan sus interesadas versiones. Por consiguiente, cuando emiten declaraciones, lo que sale de sus bocas es un play list de argumentos distorsionados y erróneos.
Varias leyes se están cocinando en el horno legislativo: la ley de competencia, que, con las profundas lagunas que presenta y los poderes discrecionales que tales vacíos otorgarían a los responsables de la nueva institución, provocaría una distorsión y un ambiente poco propicio para atraer la inversión externa y el detenimiento de planes de inversión local. Ya hay desconfianza y no son pocos los que prefieren poner todo en stand by.
No solo observan esta ley, sino también la ley del consumidor y la ley de etiquetado de productos. Ambas, creando entidades con la supuesta misión de “ayudar” al consumidor, proponen una serie de medidas tan desacertadas como lo son sus intenciones de no comprender que cualquier limitante impuesta a los productos se traduce en un aumento de los precios y, por ende, en un daño a los consumidores.
Ya es sabido: todo lo que toca el Estado “burrocrático” lo corrompe, complica y lo daña. Es un cáncer incrustado en todo el aparato gubernamental, pero en especial en el Legislativo. Allí, en ese antro de deliberaciones clientelares, demagógicas y extraviadas, se juega el destino de la nación mediante la aprobación de leyes que afectan su economía, el aparato productivo y la vida de los guatemaltecos.
Allí se magnifica la repugnante inclinación de aprovecharse del erario, porque desde que se postularon como candidatos lo hicieron con el signo del quetzal en la frente y la maldición del maligno en la billetera del trasero.
No hay escapatoria si no se cambia esta realidad, que más que realidad es una maldición ancestral que con cada proceso electoral se agrava, se amplía y se profundiza, hasta que llega el momento en que algunos sueltan las amarras para que todo se desplome, implosione y se vaya al carajo.
“Empaquen sus maletas, que esto no tiene solución”, dicen algunos. Otros, los valientes, que siguen manteniendo el aparato productivo a flote, generando empleo y, lamentablemente, porque no hay alternativa, pagando impuestos para mantener a este animal medio moribundo llamado Gobierno, persisten.
Cuán cansada es esta travesía chapina. Salimos de uno y entramos en otro. Muchos siguen pensando que nada puede ser peor que el gobierno de Giammattei. Otros sostienen que entre un gobierno corrupto y otro sin la capacidad de gestionar con sentido común y en manos de sus “aliados de conveniencia”, lo segundo es tan nefasto como el primero, porque ambos son devorados y asimilados por los mismos actores y poderes.
Jodidos estamos.