Con otra mirada
Del que trata con puercos
No es la manera de hacerlo ante quienes se dirige, pues no son sus semejantes.
El domingo pasado, el Gobierno de la República convocó a cadena nacional en la que el presidente Bernardo Arévalo brindaría, a las 9:00 PM, un mensaje al pueblo de Guatemala por la TV, radio TGW y redes sociales del Gobierno; se llamó a los canales de televisión y emisoras de radio para unirse a la transmisión.
Realidad que me hizo recordar las sabias palabras de los señores de antes: Para un coche, un porquero.
La convocatoria corrió veloz y, por supuesto, levantó toda clase de expectativas, pues no es para menos la dificultad para gobernar que padece la nueva administración, ante un Estado cooptado por las mafias que décadas atrás se apoderaron del país. Mafias que, a pesar de haber perdido las elecciones presidenciales, no quieren soltar el control del erario nacional y las estructuras administrativas que permiten hacer negocios particulares con los bienes públicos mediante el control del poder ejecutivo que tuvieron hasta el 14 de enero de 2024.
Está claro el esfuerzo que se hace por gobernar, lo mismo que las dificultades que debe superar ante la corrupción enraizada a profundidades insospechadas. Las expectativas fueron relativas a soluciones concretas. Pero no fue así. El presidente, en su afán por eliminar legalmente el obstáculo a la lucha contra la corrupción, optó por enviar al Congreso de la República una propuesta de reforma a la Ley Orgánica del Ministerio Público que obligue a la fiscal general rendir cuentas. Esa acción debió darse en los primeros días de gobierno, no tres meses después. Sin embargo, el presidente es consecuente con su formación cívica, académica, política y democrática. Desde un principio recurrió a la vía administrativa, diplomática y de las buenas costumbres, solicitando la renuncia a la fiscal general, quien desde luego la rechazó. Ahora lo hizo por la vía larga, la reforma a una ley inferior a la Constitución Política de la República que le autoriza destituirla, sin más trámite, como lo han expuesto públicamente connotados e ilustrados juristas.
Esa consistencia en la manera de actuar y conducirse en el ejercicio del cargo como presidente de la república, es digna de encomio y no caeré en la tentación de criticarla de cara al tiempo transcurrido, cuando ya pasó la primera cuarta parte del primer año de gobierno, tiempo precioso en el que podrían haberse hecho otras cosas. Pero ni modo, una cosa es verla venir y otra, muy distinta, bailar con ella. El presidente está actuando según su formación democrática, al amparo de la ley y apostando a que las instituciones públicas actuarán en apego a esta. Me refiero específicamente a los otros dos poderes del Estado: Legislativo (Congreso de la República) y Judicial (Corte de Constitucionalidad, Corte Suprema de Justicia y Tribunales de Justicia). Es decir, cual si tuviéramos un Estado de Derecho; cosa que sabemos muy bien, no es así.
Todo lo contrario, son las instituciones que las mafias señaladas al inicio, por circunstancias jurídicas que las desenmascararon, en 2017 fueron denominadas Pacto de Corruptos. Pacto al que quedaron integradas otras agrupaciones cívicas, igualmente delincuenciales, ajenas al estamento estatal, pero que les apoyan de manera irrestricta.
Así las cosas, tengo fe en que la decadencia del sistema cambie con el ejemplo de honorabilidad, distinción y elegancia con que el presidente trata de encauzar la administración pública… Aunque, a mi manera de ver, no es la manera de hacerlo ante quienes se dirige, pues no son sus semejantes, en más de un sentido. Realidad que me hizo recordar las sabias palabras de los señores de antes: Para un coche*, un porquero.
*Cerdo, puerco, chancho.