PLUMA INVITADA
Del dolor al júbilo. Una historia de resiliencia
Polonia, 1988. Primera vez que se llevaba a cabo la “Marcha de la Vida”, en los campos de exterminio. Jóvenes judíos de todo el mundo, sobrevivientes de la Shoá (Holocausto), reconocidos líderes religiosos y políticos a nivel mundial, todos nos uniríamos en una silenciosa caminata de tres kilómetros que iniciaría en Auschwitz y terminaría en Birkenau. Marchar en vida, un sendero de la muerte.
' ¿Cómo pasamos del dolor al júbilo? Dice el Eclesiastés que todo lo que se hace debajo el cielo, tiene su tiempo: “…tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; … tiempo de guerra, y tiempo de paz.
Rebeca Permuth de Sabbagh
Salimos a tomar algo con un grupo de jóvenes judíos de otros países. Teníamos órdenes estrictas de quedarnos en el hotel: Polonia aún era comunista, no habían celulares en esa época, y tristemente aún se sentía el antisemitismo; pero teníamos quince años, así es que nos escabullimos.
Nuestras ropas de colores vivos del mundo libre, contrastaban con los tonos grises de las vestimentas de los polacos. Así los vestía el comunismo, con colores sombríos. No había turismo en esas épocas, y estábamos conscientes que nuestra presencia se notaba. Era inevitable: jóvenes y empoderados, volviendo con dignidad al mismo lugar donde nuestros familiares cercanos habían sido asesinados en pleno siglo XX.
Terminamos en un pequeño bar. La música que sonaba era aburrida. Nuestro amigo de Finlandia pidió que cambiaran la canción. Lo ignoraron. Volvió a pedirlo. Lo ignoraron de nuevo. Ante el desafío de querer hacerlo sentir invisible, puso $20 en el mostrador, y retó al cantinero con: “Tina Turner”. El billete no fue ignorado. El cantinero lo alzó en su mano y gritó con desdén: ¡Music for the Jews! (¡Música para los Judíos!). Hubo un desagradable silencio. Yo me sentía petrificada; pero ya habíamos pedido la canción, y no había vuelta atrás: la bailamos ante miradas hostiles. Cuando terminó la canción, sabíamos que era momento de irnos. Corrimos tan rápido como pudimos de regreso a nuestro hotel. A esas horas de la noche, las calles desoladas de Varsovia se sentían aún menos amigables. A pesar que ya habían pasado más de cuatro décadas de haber terminado la guerra, algunos alrededores aún estaban en escombros. Lo que no terminó de destruir el nazismo, lo estaba arrollando el comunismo. Mi corazón estaba acelerado. Quizás debía haberme quedado en el hotel.
Años más tarde regresé a Polonia, nuevamente a la Marcha de la Vida. Hice el mismo recorrido, ahora con la madurez y los ojos de una madre. Esta vez no salí a escuchar a Tina Turner, pero regresé a Guatemala con la motivación (¿necesidad?) que se estudiara sobre la Shoá. Desde el 2015, gracias a que Guatemala es un país donde existe libertad religiosa, respeto a la diversidad y una amistad histórica entre ambas naciones, esta temática se encuentra formalmente incorporada en el currículo de estudios de las escuelas del país. Hoy nuestros jóvenes guatemaltecos estudian sobre el Holocausto, y uno de los principales objetivos, es empoderarlos a alzar sus voces en forma oportuna y enfática, ante cualquier forma de violencia y discriminación.
Cuando una pareja judía se casa, el novio rompe con su pie, una copa que se coloca en el suelo, recordando aún en ese momento de tanta alegría para la pareja, la destrucción del templo en Jerusalén. El pasado 27 de abril, conmemoramos Yom Hashoá, el Día del Recuerdo del Holocausto y el Heroísmo. Una semana después, inicia Yom HaZikarón, donde rendimos tributo a los soldados caídos en las guerras y conflictos bélicos; conmemoración que también se ha extendido a honrar la memoria de las víctimas civiles de actos terroristas. Pasamos del servicio de recordación más desgarrador en la historia moderna del Estado de Israel, a inmediatamente después celebrar con regocijo Yom Ha´atzmaut, su independencia. ¿Cómo pasamos del dolor al júbilo? Dice el Eclesiastés que todo lo que se hace debajo el cielo, tiene su tiempo: “…tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; … tiempo de guerra, y tiempo de paz”.
Tener un Estado de Israel viene a un precio sumamente elevado. Más de 24 mil soldados caídos en las guerras y conflictos bélicos, y más de 4 mil víctimas civiles asesinadas por actos de terror, son un desgarrador recordatorio que el odio y el antisemitismo siguen presentes. Sin embargo, las imágenes de sobrevivientes de la Shoá, junto a sus nietos vistiendo uniformes de las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI), en lugar de ropas de prisioneros, nos dejan llenos de orgullo ante la resiliencia del pueblo judío.
¡Mazel tov! ¡Felicitaciones al Estado de Israel, por sus 74 años de independencia!
*Presidenta Comunidad Judía de Guatemala