Rincón de Petul
De parásitos y zancudos
Leguleyos leguleyando, amparando un aparato de saqueo que jamás va a dimitir.
El primer zancudo de la temporada apareció la otra noche. Y llegó de la única forma como podía ser, para que cumpliera el fastidioso rol que le fue asignado al inútil insecto ese en el gran esquema de las cosas. Luz apagada, sueño instalado y la total inadvertencia, solo causada por semanas de tregua falsa, cuando el frío provocó que las sanguijuelas voladoras esas se escondieran en sus guaridas por período extendido. Al principio no lo podía creer. No lo quería creer. El silencio de la oscuridad absoluta de pronto fue cortado por el más sutil de los zumbidos. Es gracioso recordar ahora el pánico que invade por tan minúscula amenaza. El cuerpo se crispa, los ojos se dilatan y hasta detenemos la respiración unos segundos, como para no perder un solo gramo de la alerta. Por un momento llegó una efímera ilusión al no escuchar más sus señales. “Tal vez no era eso”, “Ojalá no sea eso”. El próximo ilusorio “ojalá” fue sepultado, en definitiva, con el ya innegable sonido. Ese que condena a un mal rato, a una mala noche. Ese que nos obliga a la aceptación de la presencia en la habitación del voraz aleteo del maléfico zancudo.
Esa noche, antes del infortunado evento, recuerdo haber cerrado la pantalla del celular, dando rápida revisión a las últimas noticias. Ese día fueron dominadas por la novedad de fallos judiciales que favorecieron, nuevamente, a confesos defraudadores. Los órganos encargados de perseguir justicia, aún no recuperados, continúan haciendo su papel de pantomima. Leguleyos leguleyando, amparando un aparato de saqueo que jamás va a dimitir. Me hizo pensar en que hubo un tiempo cuando fue más fuerte la ilusión por la superación de las prácticas de corrupción. En enero, con la toma de posesión, y en la medida en que se removía de sus cargos a compadres encargados del despojo sistematizado.
Quizás buscan una simbiosis, cosa que no funciona en un sistema parasitario.
Hay, presentes, deliberados distorsionadores de la armonía colectiva, y no estará solo quien haya hasta llegado a clamar por la cabeza de más de alguno. Pero formas más evolucionadas invitan al humano a alejarse de lo radical. A evitar lo definitivo. A creer en la transformación humana y a buscar equilibrios, coadyuvando a la reinserción social de quienes se han desviado; no importa cuán grave y continuo sea su delito. Se debate sobre si las personas tienen una esencia, identificable, o si, por el contrario, la cosa es más mutable. ¿Llevan lepra los corruptos en Guatemala o vale a un probo acercarse a ellos? ¿Cabe perseguir alianzas con quien monta un aparato cruel de expoliación?
¡Qué dichoso fuera tener más claridad a estas preguntas! Es cierto que Semilla logró colarse en la elección y asumir los cargos, aunque fuera con heridas de guerra. Y que en todo eso hay situaciones donde el pueblo que les dio un mandato exige mucho mayor contundencia radical. Algunos podrían pensar que los corruptos jamás dieron tregua, pues los vimos atacar en cada etapa del proceso. Pero hay que advertir que lo que vivimos puede ser una mengua, pues sus ataques fuertes pueden venir después. Hemos visto acercamiento y condescendencia a la gente que merece la mayor depuración. Quizás en la aceptación de que solos no se puede. O en la esperanza de que se alineen al nuevo régimen. El riesgo de esto último sería inmenso y en juego estaría hasta la misma credibilidad. Quizás buscan una simbiosis, cosa que no funciona en un sistema parasitario: estos viven del pueblo, al que le hacen daño. Como mi zancudo infernal. ¿Quiere saber qué pasó? Me cansé de buscarlo y me terminé durmiendo. Al día siguiente amanecimos picados. Nada de extrañar, pues es lo que hace el zancudo. Por lo menos en lo que le queda de esta larga vida.