De mis notas
De calles completas y ciudades menos hostiles
Una ciudad paralizada por un incidente en la zona 15 es una gran alarma.
En esta vasta extensión de concreto, humo y tráfico, nuestra ciudad se nos revela diariamente en su cruda esencia: una jungla implacable donde los automóviles devoran el espacio público como una boa constrictora que, en cada movimiento, aprieta con más fuerza la agonía del caos vehicular. Esta es la realidad de Guatemala, una urbe donde la vida del peatón es una lucha contra la dominación del automóvil. El ingreso diario de los autos chatarra rodados nos lo recuerda, porque se multiplica el parque vehicular cada tres años.
El reciente colapso del tráfico, la semana pasada, desencadenado por un incidente de violencia en el trébol de Vista Hermosa, es un recordatorio de la fragilidad de nuestro sistema de movilización. Waze marcaba tiempos de llegada que parecían sacados de una pesadilla, comprobando que el modelo de movilización de vehículos actual ha llegado a su límite y que es urgente transitar hacia un sistema enfocado en la “movilización de personas en vez de vehículos”.
Pasamos los días prisioneros del tráfico. Dos horas para llegar al destino, dos más para regresar, y así se nos escurren cuatro horas diarias de vida. La realidad es agotadora: nuestros hogares se han convertido en simples casas-dormitorio, de las que salimos al amanecer y regresamos al anochecer, exhaustos. Comemos con prisa, forzados por el cansancio, y la cena familiar se convierte en una rutina silenciosa. Ausente está el ocio y la conversación que alguna vez fueron el centro de la vida hogareña.
Es una existencia dura la de la mayoría de los ciudadanos de esta metrópoli de contrastes, con rascacielos y barrios marginales desprovistos de banquetas y servicios básicos. Es en este contexto asfixiante donde surge la necesidad urgente de las “calles completas”, “aquella vía principal que otorga un espacio para todos los usuarios de la calle”.
¿Qué distingue a las calles completas? Son infraestructuras integrales que, entre otras cosas, promueven el uso de movilidades alternativas, como el proyecto ciclovías de la muni, que fomentara el uso de la bicicleta y los monociclos eléctricos como alternativa en desplazamientos cortos. El Aerómetro, que ya está en ejecución; el MetroRiel, el cual unirá las centrales de transferencia de Centra Sur con Centra Norte del área metropolitana, utilizando el derecho de vía de Fegua. Y, por supuesto, el Anillo Metropolitano, que facilitaría la circunvalación a la ciudad y el acceso inteligente de interconexión.
Hablar de estas ideas ya no está sonando a algo fantasioso o quimérico, porque la realidad es que el colapso vehicular es un hecho diario. En términos de costo-beneficio, es imperativo desarrollar e implementar modelos como el de las “calles completas”, que ya han demostrado su eficacia en Colombia y en diversas ciudades de Europa.
Estos proyectos, por los efectos negativos que está causando el colapso vehicular, deben convertirse en prioritarios y recibir el apoyo de todos, sociedad y Estado. Es esencial que cualquier proyecto, sea bajo la modalidad de alianzas público-privadas o no, se ejecute con la mayor celeridad posible, dado que la urgencia de liberar a Guatemala del colapso vehicular es innegable. Los costos, en términos de horas-hombre perdidas, desgaste de vehículos y consumo de combustible, ascienden a miles de millones de quetzales, cifras astronómicas que apenas rasgan la superficie del verdadero costo de esta crisis.
Debemos actuar, porque el precio de la inacción es inconmensurablemente más alto. No se trata solo de cifras y estadísticas, sino de la vida misma, de las familias y las horas perdidas que nunca regresarán. ¿Qué costo tiene la disfunción familiar que se gesta en una sociedad donde se vive para trabajar, en lugar de trabajar para vivir?
Es una pregunta que no podemos seguir evadiendo.