a contraluz

Convidado de piedra

Alejandro Córdova ha convertido a la PDH en una institución anodina y cómplice de los violadores de derechos humanos.

En los estertores del conflicto armado ocurrió una masacre que llevó luto y dolor a la población indígena. Era el 2 de diciembre de 1990 cuando cientos de habitantes de Santiago Atitlán, cansados de los abusos de los militares, se dirigieron al destacamento castrense para pedir la salida del Ejército de la localidad. Cuando la situación se tensó, varios efectivos militares dispararon contra los indefensos manifestantes, con saldo de 13 muertos y decenas de heridos. De inmediato, Ramiro de León Carpio, procurador de los Derechos Humanos (1987-93), se hizo presente en el lugar y emitió una resolución en la que condenó el ataque del Ejército contra la población civil, al que calificó de “genocidio” y exigió que los responsables fueran puestos a disposición de los tribunales. Eran tiempos en que el procurador adjunto César Álvarez Guadamuz acompañaba a las víctimas del conflicto armado en las regiones más agrestes del país. La PDH era una institución que actuaba contra las injusticias.

Alejandro Córdova ha convertido a la PDH en una institución anodina y cómplice de los violadores de derechos humanos.

La trayectoria de defensa de los derechos humanos terminó con el procurador Jordán Rodas, quien fue incómodo por sus denuncias contra las arbitrariedades del expresidente Giammattei. Por eso se encuentra en el exilio, debido a la persecución que impulsa en su contra Consuelo Porras, jefa del Ministerio Público. A partir del 20 de agosto de 2022 toma posesión de la PDH Alejandro Córdova, que inaugura un nuevo estilo: ser un convidado de piedra, figura originada en la literatura española del siglo XVII, referida a alguien que permanece callado, pasivo, indiferente frente a lo que sucede. No es ninguna casualidad que Córdova llegara a esa institución. En la pasada legislatura, dominada por los aliados de Giammattei, buscaban como procurador a alguien que no causara problemas, algo así como un perrito faldero. Alguien que guardara un vergonzoso silencio, mientras se cometían las más escandalosas violaciones a los derechos humanos, utilizando la investigación penal y la justicia como armas contra los detractores.

La cultura japonesa nos legó la imagen icónica de tres simios que representan principios morales: no ver el mal, no escuchar el mal ni decir el mal. Sin embargo, también se interpretan en sentido negativo cuando un líder, político o funcionario trata de evadir sus responsabilidades, como el caso de Córdova. Tener los ojos cerrados significa una actitud de evasión o negligencia frente a las injusticias. No oír el mal es falta de empatía, insensibilidad y carencia de solidaridad hacia quien afronta dificultades. No decir el mal es callar las iniquidades, no denunciar los atropellos y enmudecer para no perjudicar a sus amos. El actual procurador de los Derechos Humanos es un ser escurridizo, anodino y quien se gana su abultado salario por ser un funcionario absolutamente servil y cómplice por no denunciar las atrocidades que pasan frente a sus narices.

Esta semana, Córdova entregó su informe anual al Legislativo, en el cual se refiere a que efectuó 83 mil 813 acciones de diverso tipo. Ahora bien, ¿de qué sirve que dé cuenta de cualquier cantidad de actividades sin mayor trascendencia, si cuando ocurren violaciones a los derechos humanos él siempre está ausente? ¿Qué ha hecho Córdova frente a los ataques de Porras contra los periodistas, como el caso de Jose Rubén Zamora? ¿Qué ha hecho para denunciar los atropellos que se cometen cuando se utiliza la justicia como arma política? ¿Qué ha hecho cuando campesinos e indígenas son atacados cuando defienden sus derechos? Nada, absolutamente nada. Córdova no es inocuo porque sirve a los intereses del pacto de corruptos. El presupuesto de Q250 millones de la PDH es dinero tirado a la basura, porque Córdova la ha convertido en una institución inútil y cómplice de los violadores de los derechos humanos.

ESCRITO POR:
Haroldo Shetemul
Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca, España. Profesor universitario. Escritor. Periodista desde hace más de cuatro décadas.