Catalejo

Caso Trump debe marcar fin de mítines al aire libre

El atentado contra Trump es abominable y debe ser rechazado, más allá de las diferencias de criterio sobre él como persona.

Es imposible no iniciar el comentario sobre el intento de asesinato a un candidato, aspirante presidencial o presidente en el ejercicio del cargo, sin rechazar profundamente ese hecho. Esto va mucho más allá de las preferencias políticas y de la exacerbación extrema de las ciegas pasiones, fanatismos y activismos. Donald Trump es un ser humano y su vida merece respeto, aunque —como en mi caso— sea considerado un mal candidato por su personalidad y su capacidad de decir mentiras y despreciar a otros seres humanos, como los inmigrantes. Pero ese es otro tema. Ahora se necesita investigar tras las bambalinas, pues en política no hay casualidades, pero también analizar las reacciones inmediatas tanto de él como de sus partidarios y sus adversarios.


El hechor, llamado Thomas Mattew Crooks, de 20 años. recibió de su padre el arma utilizada y disparó desde un techo situado a 120 metros, fuera del perímetro de seguridad del FBI y el Servicio Secreto. El tiro alcanzó a Trump en la oreja milagrosamente y siguió hacia la mejilla, rozándola. Fiel a su estilo arrogante se libró de la protección de los agentes y levantó su puño en forma retadora y mirada descompuesta. Llevado a un hospital se recuperó, pero el hecho está llamado a marcar un antes y un después de las presentaciones en público y la vestimenta de los candidatos. Llegó la hora de olvidarse de presentaciones al aire libre. Son una pesadilla de para el personal de seguridad. Para un tirador experimentado, la roja gorra de campaña es guía perfecta.

En Estados Unidos, cualquiera compra un arma de asalto.


Me pareció aborrecible la declaración posterior de varios senadores republicanos, uno de los cuales acusó a Biden de haber dado “personalmente” la orden de asesinar a Trump y otros, de participar en el atentado. Es imperdonable no porque se trate del tambaleante mandatario, sino porque es absurdo. Los declarantes no conocen el viejo proverbio árabe de “soy amo de mi silencio y esclavo de mis palabras”. Si el ataque hubiera sido contra Biden, igualmente sería prueba de estupidez, de cero inteligencia e irresponsabilidad mezcladas. A estos señores irreflexivos solo les faltó acusar a los adversarios de celebrar el intento de asesinato, cuyos efectos positivos o negativos para ambas campañas aún están por verse y es demasiado temprano para llegar a conclusiones en cualquier dirección.


En Estados Unidos, la lista de políticos asesinados parece ser la más larga de Occidente. Entre ellos, Lincoln, 1865; Garfield, 1881, y Kennedy, 1963, cuya muerte acabó con la peligrosa tradición de candidatos sentados en carros convertibles saludando a los ciudadanos por las calles. Quienes lograron sobrevivir son Truman, 1950; Nixon, 1974; Ford, 1975; Carter, 1979, y Reagan, 1981; es decir, cuatro atentados entre 1974 y 1981. A dos centímetros del corazón de Reagan quedó el tiro recibido mientras entraba a la limusina blindada. Se agrega Wallace, republicano que quedó paralítico en un atentado, y a Robert Kennedy, demócrata, a las elecciones de 1964 y 1968, respectivamente, cuyo asesino –el palestino Sirhan Sirhan—, de 24 años, continúa en cadena perpetua.


En Estados Unidos, cualquiera compra un arma de asalto. El AR-15, de sólo 500 dólares de coste, tiene enorme poder letal, utilizado en muchos de los numerosos tiroteos en escuelas y centros comerciales. Los expresidentes Reagan, Carter y Ford solicitaron por carta la prohibición de su venta, pero el Senado la rechazó por 60 votos en contra y 40 a favor. Irónicamente, Trump apoya ese libertinaje de adquirir armas, como lo hacen tanto muchos de sus partidarios como los adversarios demócratas. Esta vez de nuevo tocó a un político, pero todos los ciudadanos son víctimas potenciales de balaceras y demasiados de ellos lloran la pérdida de sus hijos pequeños en escuelas, iglesias y calles, o de padres, esposos, hermanos. Seguir con eso encaja en lo demencial.

ESCRITO POR:

Mario Antonio Sandoval

Periodista desde 1966. Presidente de Guatevisión. Catedrático de Ética y de Redacción Periodística en las universidades Landívar, San Carlos de Guatemala y Francisco Marroquín. Exdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua.