RINCÓN DE PETUL
Buscando una fiesta mundial en la que estemos incluidos
Finalmente, después de tanta algarabía con cada gol que anotó el equipo galo durante el Mundial, ayer le pregunté a mi persona especial el porqué de tanta emoción por un equipo con el que no tiene mayor conexión personal. Anticipadamente pensé que tal vez se identificaba con ese bello país, tan lleno de cultura, al que ha visitado más de alguna vez. O pensé que tal vez me confesaría simpatía por alguno de los seleccionados. En cambio, su respuesta no tuvo nada que ver con lo que antes imaginé. Con la puntualidad que la caracteriza a ella me dijo algo que no tuvo que ver con el país ni con quiénes juegan, sino más con el cómo hacen lo que hacen. “Me gusta cómo juega el equipo”, me dijo, provocándome esta reflexión: Los guatemaltecos admiramos las cosas bien hechas. Pero, para ello, progresivamente, hemos debido girar la vista hacia otros países.
¿Es normal que en esta nación tantos sintamos pasión por otros países que no son el nuestro?
Somos testigos de cómo el humano progresa sostenidamente y de cómo va alcanzando logros, provocando amplia admiración. Constantemente, organizaciones e individuos alcanzan objetivos que, seguramente, antes fueron inimaginables. Esto pasa en tantas esferas, desde la ciencia hasta el arte o lo social. Por ejemplo, recuerdo cómo, en julio pasado, tuve este tipo de asombro cuando las agencias espaciales de Europa, Canadá y EE. UU. publicaron conjuntamente y por primera vez las imágenes captadas por el telescopio James Webb. ¿Cómo hicieron —se admira uno— para construir un objeto que flota en el espacio, a un millón de millas de la Tierra, y con el que pretenden ver la primera luz jamás emanada desde el Universo? O en lo social, este año, ¿cómo no admirarnos con el impacto de las protestas feministas en Irán, que desafían leyes tan duras y primitivas?
' ¿Existe una vía para que Guatemala celebre los logros de la especie en primera persona?
Pedro Pablo Solares
Sucede parecido con la evolución del desarrollo físico y el deporte. Hay logros que nos impactan de una manera que trasciende la simple admiración por lo ajeno. Es como que nos hicieran sentir parte de una especie que avanza. En la ciencia, cuando dimensionamos que el hombre llegó a caminar sobre la Luna, quizás sentimos un tanto de pertenencia con ese logro, como si fuera uno propio. Esto, aunque nuestras acciones no hayan contribuido en absolutamente nada para que aquellos lo alcanzasen. Entendemos estas misiones como parte de la especie humana, a la cual pertenecemos. “El hombre” ya corre los cien metros en menos de 10 segundos. Y puede nadar cien metros a casi 10 kilómetros por hora. La especie evoluciona. Necesitamos pertenecer. Y, a falta de un progreso propio, hacemos lo necesario para sentirnos parte de lo que sucede en el escenario mundial.
¿Existe una vía para que Guatemala celebre los logros de la especie en primera persona?
Los resultados colectivos son producto de planes honestos, de procesos serios. Los jamaiquinos no sobresalieron en la pista por la sola corpulencia de sus atletas. Los cambios sociales no alcanzan sus objetivos solo porque los colectivos hayan tenido enormes ideales. Tampoco la ciencia rompe las barreras de la imaginación por el solo hecho de que las eras avanzan. Los pueblos se comprometen y superan las barreras que obstaculizan sus caminos. En Guatemala no es nuestro pequeño tamaño, sino la desmedida ambición individualista la que se interpone a cualquier objetivo colectivo. Hasta que eso cambie, a la hora de la fiesta mundial, cada uno escoge con qué gloria ajena se alegra. Yo, hoy, escogeré la de Argentina, agarrándome de la identidad latinoamericana. ¿Un engaño, acaso? Más bien, creo, una necesidad. En fin, ¿quién no quiere sentirse incluido?