ALEPH
Atemorizar la tierra
En un contexto de corrupción, pandemia y controvertida celebración independentista, quise volver al libro Atemorizar la tierra: Pedro de Alvarado y la conquista de Guatemala, 1520-1541, en su tercera edición revisada. Reconozco, de entrada, uno de los méritos de este importante documento de George Lovell, Christopher Lutz y Wendy Kramer, que forma parte de la corriente revisionista de la invasión europea en nuestro territorio: el de contribuir a reemplazar el canon de una historia “oficial” que siempre puso el énfasis en las acciones españolas y dejó fuera la voz de los pueblos indígenas que vivieron ese periodo.
' Se celebra a un caído Tecún Umán, en lugar de resaltar la figura de un Atanasio Tzul, que promovió el “Levantamiento indígena de Totonicapán”.
Carolina Escobar Sarti
¿Por qué esto parece tan importante? Porque los ecos de aquella historia oficial han definido mucho del Estado racista y corrupto que seguimos siendo hoy. Ponerle la misma atención a las voces indígenas que a las españolas le da otra dimensión a nuestra mirada sobre la invasión, conquista y colonización de Guatemala. Este solo hecho inicia un proceso de descolonización de los imaginarios que aún consideran a los pueblos indígenas como colectividades sin rostro, sometidos, sumisos y sin voz propia.
Como se reconoce en el mismo prefacio del libro, no se puede negar el poder ejercido por Pedro de Alvarado en la invasión, conquista y colonización de Guatemala: “Estigmas como la corrupción, la impunidad, el engaño y los subterfugios, así como las explotación despiadada, la intimidación por terror y el rechazo descarado de la ley, sellos distintivos de Guatemala hasta el día de hoy, tienen en Pedro de Alvarado un fértil progenitor.(…) La conquista de Guatemala no estuvo para nada bien definida, pero no queda duda alguna sobre la personalidad contundente de Alvarado en el establecimiento de los parámetros dentro de los cuales se desarrollaría la subyugación y se amasaría la riqueza española y posteriormente la criolla, incluso en un lugar remoto como Centroamérica”.
Reconociendo esto, los autores están claros en que usan a Alvarado solo para dibujar la dimensión de su influencia, pero jamás en detrimento de la participación de los actores indígenas, primordial en este libro y en nuestra historia. Esto me trae a la mente hechos como el de la celebración de cada febrero, a través de la educación oficial y por generaciones, de un caído Tecún Umán, en lugar de resaltar la figura de un Atanasio Tzul, que hace dos siglos promovió el “Levantamiento indígena de Totonicapán”, derrotando al poder español de aquel lugar e imponiendo durante cortos veintinueve días un gobierno propio.
Este pequeño libro provoca en muchos sentidos. Además de favorecer reflexiones de fondo sobre los aprendizajes escolares y sociales alrededor de la conquista, la independencia, sus personajes y las narrativas oficiales, nos insinúa una relación directa con un Estado racista, corrupto, expoliador e impune como el guatemalteco del siglo XXI. Las fuentes citadas son documentos primarios, hechos tanto por indígenas como por españoles del S. XVI, entre otros autores posteriores. Es importante reconocer, también, que el libro permite intuir el dibujo de una dimensión más justa de los kaqchikeles, a los cuales siempre se presentó como traidores o insurrectos, según desde donde se contara la historia.
Hoy, nuestra tierra vive una etapa oscura, y cada vez más sabemos que poco hay para celebrar en un bicentenario independentista. Si somos serios iremos a nuestro pasado para buscar y caminar por un futuro distinto, y dejaremos atrás las figuraciones míticas de personajes como Alvarado, quien, desde su temperamento explosivo y violento, fundó una cultura de rapacidad y muerte que pervive hasta hoy.