Rincón de Petul
Aquel pobre niño insultado
Me cuesta coincidir con un hispano que apoya a quien abiertamente le desprecia.
Estudié la secundaria en un colegio sólo para hombres. Algunos de mis más alegres recuerdos se remontan a esos años, pero hoy me viene al recuerdo aquel pobre niño insultado, a quien nunca comprendí. En el colegio se daban situaciones un tanto extremas con los patojos buscando integrarse a esa micro-sociedad. Algunos buscaban solo eso, integrarse; otros, destacar y otros, sobrevivir. Siendo un referente educativo de trayectoria, había un abolengo vivo en el recuerdo de los padres y abuelos que asistieron años atrás. Pero teniendo un costo accesible, otra parte de los alumnos venía de clases trabajadoras. Las aulas eran compartidas por residentes de la zona catorce, como también de colonias populares. A los patios del recreo salíamos todos juntos; más de alguno cuya familia cambiaba de helicóptero a cada tantos años, a la par de otros que se transportaban en transporte público. Había canches, había morenos. Había altos y había bajos. Una mezcla que se tornaba dura para quien no encontraba recursos para incluirse.
Me cuesta coincidir con un hispano que apoya a quien abiertamente le desprecia.
Aquel pobre niño insultado, en ese entonces, pensaba yo, lo que buscaba era solo eso: sentirse parte. Y, por eso pensaba yo que soportaba al grupo al que escogió arrimarse. En el ambiente escolar las dinámicas empujaban a destacar en algo. En lo que fuera. En los primeros años, sobresalía lo físico. El que más rápido corría, el que jugaba mejor futbol, el que mejor peleaba. Todas esas eran formas de ganarse el respeto. Pero luego entraron los años adolescentes. Ahí cambió la dinámica. Se volvió más importante eso de tener plata. Las marcas de la ropa se volvieron importantes; los carros, el acceso a viajes a Miami, y claro, las zonas de la capital donde estuviera la residencia. Los grupos se fueron marcando de maneras que antes no sucedió. En ese momento se fue desarrollando -a punta de desprecios, en muchos casos- la personalidad, el temple y el carácter de los jóvenes muchachos.
Activando la memoria, creo que se intentaba marinar desde ya la integridad de los patojos. En momentos, la cosa se salía de control; pero ante muchas situaciones de desprecio, había amigos que acuerpaban. Tanto al perseguido por un bully desquiciado, como al que se miraba más lento en sus respuestas. Los límites prevalecían; sin embargo, diría yo, menos en ese aspecto antes mencionado: el de la plata. Ese, formó en las aulas grupos que marcaron líneas que jamás se lograron borrar. El pertenecer al grupo que despreciaba a los menos ricos no era determinado solo por el dinero. Eran solo unos, degenerados desde entonces, quienes para siempre rompieron una armonía que venía formándose desde la infancia. Es a ese pequeño grupo de pervertidos inseguros, donde la dinámica era presumir dinero para despreciar a los demás, al que el pobre niño insultado nunca dejó de intentar pertenecer.
Es compleja la sociabilidad humana. Se esperaría que las relaciones de amistad, las afiliaciones, solo se formaran donde hay afectos compartidos. Por lo menos, como mínimo, donde existe respeto. El más mínimo respeto por quien es la persona. Uno llega a donde es bienvenido. Pero eso no sucede siempre. Ayer platiqué con un chapín que se quejaba que se tuvo que ir de su ciudad en EE.UU. donde vivía, cuando se llenó de hispanos. “Ahí se arruinó la cosa”, me dijo. “Por eso votaré por Trump”. Hay muchos intereses que motivan la preferencia política, pero me cuesta coincidir con un hispano que apoya a quien abiertamente le desprecia, le insulta y monta una causa contraria a quien es, por quien es. Y me es difícil entenderlo. Algunos tendrán motivos específicos. Pero cada vez que los oigo, recuerdo a aquel pobre niño insultado, que no solo soportó el desprecio del grupo desquiciado, sino que, además, en su miseria, luego buscó despreciar a otros. El abusado abusador. El excluido que excluye. Nada nuevo. Solo es de ponerle ojo.