CON OTRA MIRADA
Color y arquitectura
Con el título Pintando a Santa Catarina Palopó, los artistas holandeses Dre Urhahn y Jeroen Koolhaas, promovidos por los guatemaltecos Harris y Melissa Whitbeck, proponen hacer del otrora pintoresco pueblo un gigantesco mural para fortalecer el sentido de pertenencia, promover el turismo y con eso estimular la economía familiar y empresarial. Su experiencia es conocida por sus intervenciones en favelas de Río de Janeiro, guetos en Curaçao y Haití y barrios pobres en Filadelfia. En sus intervenciones han aplicado criterios de diseño gráfico aplaudidos por sus habitantes, como por las autoridades locales.
El color es inherente a la arquitectura. Es más, antes que esta existiera, el hombre prehistórico pintó su hábitat. De eso existen impresionantes ejemplos: Galdar en Canarias, Tassili en Argelia, Chauvet en Francia, Altamira en España, etcétera.
La iniciativa de pintar Santa Catarina Palopó no es nueva. Fue en el contexto de algún encuentro promovido por el Ministerio de Cultura y Deportes sobre conservación del patrimonio cultural cuando fue presentada la idea. El criterio de intervención estuvo determinado por la imagen cotidiana en los lavaderos públicos de un huipil puesto a secar sobre la grama, imagen que sugirió al ponente hacerlo a escala urbana, considerando su enclave en la suave falda de la montaña, viéndolo a vuelo de pájaro. La imagen visual que los guatemaltecos teníamos en la memoria de los pueblos del altiplano occidental hasta antes de los terremotos de 1976, era la de techos de teja de barro cocido y muros blancos. En aquella oportunidad esta se usó como argumento, a nivel conceptual, en contra de la propuesta.
Por su parte, La Antigua Guatemala es conocida por el colorido de su arquitectura que se funde con la exuberancia de su paisaje; tanto así que urbanismo, arquitectura y naturaleza son considerados objeto único e indivisible para fines de su conservación.
Hacia fines del siglo anterior, con ocasión de determinar la paleta de colores a usar en un conjunto de casas a mi cargo, investigué aquellos tradicionales a base de cal que en el siglo XVIII decoraron sus edificios: rojo, verde, amarillo, pardo y negro, así como una amplia gama de ocres. Junto a la empresa que producía esos pigmentos, llegué a formular una paleta que hizo suya, produjo y publicó, ofreciéndola al Consejo de Protección como un aporte empresarial a la conservación de la imagen de la histórica ciudad.
Hecho ese esbozo del color y su uso en la arquitectura tradicional y monumental en nuestro medio, creo pertinente argumentar en torno a la propuesta para Santa Catarina. Habrá de tomarse en cuenta que se trata de un pueblo histórico de la cultura cakchiquel, no de una favela, gueto o barrio deprimido. El reto de revitalizar el pueblo será evaluar cómo usar el color sin demeritar su origen ancestral y arquitectura tradicional existente. A pesar que esos valores fueron copados por la pobre construcción de la llamada arquitectura de remesas que mutiló su imagen, el paisaje tendrá que tratarse con delicadeza.
jmmaganajuarez@gmail.com