VENTANA
Centros Unesco-Malala en Guatemala
Malala Yousafzai fue la joven pakistaní de 15 años que se dirigía a su escuela cuando sufrió un atentado mortal de un grupo talibán, en octubre del 2012. Sobrevivió de milagro. Su valentía, determinación y elocuencia generaron admiración en el mundo entero. Su voz genuina, solicitando educación gratuita para la niñez, especialmente para las niñas, ha generado una profunda reflexión a nivel mundial. Su activismo incansable contribuyó para que le fuera otorgado el Premio Nobel de la Paz en el 2014.
Hace pocos días conversé con Lucía Verdugo, oficial nacional de Educación de Unesco Guatemala, y con Mariana Samayoa, técnico de Educación Unesco Guatemala. Ellas me contaron sobre el programa llamado “Saquilaj B’e”, que en k’iché significa sendero blanco. Se refiere a un camino libre de obstáculos. Este programa lo implementó la Unesco para promover el empoderamiento de las niñas y adolescentes indígenas, con énfasis en la prevención de embarazos, en Totonicapán y en Huehuetenango. El proyecto concluyó el año pasado. Lucía y Mariana comentaron: “Fue un gran aprendizaje. Nos dimos cuenta de que las adolescentes que se quedaron fuera del sistema de educación formal están ávidas de oportunidades, anhelan seguir estudiando para transformar sus vidas pero no saben cómo lograrlo”. “Saquilaj B’e” fue el punto de partida que inspiró la creación de los Centros Unesco-Malala para la educación de niñas, adolescentes y mujeres indígenas de Guatemala.
Siempre me ha preocupado la falta de acceso a servicios de salud y educación para las niñas, adolescentes y mujeres indígenas en el altiplano occidental. Esas niñas y adolescentes no escolarizadas son la población más vulnerable en el país. Son víctimas de abusos físicos, sexuales y psicológicos en sus hogares y donde trabajan. Su mundo es oscuro, sin estrellas que iluminen su camino. Su vida es una carga pesada que reproducirá el círculo de pobreza en el que vive. “Y, eso, es imperdonable en esta era del tercer milenio”, recordó el Clarinero. Por ejemplo, si vemos el Anuario Estadístico de la Educación en Guatemala, del 2016, en el departamento de Totonicapán la tasa de escolarización de las niñas en primaria no supera el 43 por ciento. En el ciclo básico llega escasamente al 13.93 por ciento y al ciclo diversificado accede un mínimo del 6.72 por ciento.
Los centros Unesco- Malala, con la participación del Mineduc, desarrollarán un modelo nuevo que busca ser imitado en todo el país. A escala nacional tienen como objetivo fortalecer las políticas educativas para la igualdad de género. A nivel local, implementarán dos centros Unesco-Malala. Serán los primeros en Latinoamérica. Uno estará en San Andrés Xecul y el otro, en Santa María Chiquimula. Sus objetivos están diseñados para superar estos grandes problemas: 1. Incorporar en los programas actuales de educación no formal la pertinencia cultural y lingüística. 2. Responder a las necesidades educativas reales de cada niña, adolescente o mujer indígena que desee estudiar pero no tiene la información de cómo acceder a los programas educativos extraescolares que existen en su comunidad. Por ejemplo, si Juanita lee, escribe y habla español, la promotora del Centro Malala la guiará a programas como educación primaria acelerada o educación a distancia por radio, Iger. También la apoyarán con los materiales de estudio. 3. El Centro Malala brindará talleres de salud y bienestar, educación y sexualidad, prevención de la violencia y autonomía económica. Se invitará a empresarias indígenas exitosas para que incentiven proyectos productivos. 4. Alcanzar la participación de la comunidad para que el Centro Malala sea sostenible. En mi opinión, los centros Malala pueden llegar a ser ese nuevo cielo de oportunidades que se puede construir con el apoyo de la tecnología digital.