PLUMA INVITADA

Cazadores de microbios

En la época de estudiante tuve la oportunidad de leer el libro Cazadores de Microbios, editado en inglés por Paul De Kruif. De manera que, por falta de espacio, solo voy a mencionar al primer cazador: Anton Van Leewenhoek, pulidor de lentes holandés que vivió en Delft, Holanda, hace unos 250 años. Era un hombre humilde que se asomó por vez primera a un mundo nuevo y misterioso, poblado por millares de diferentes especies de seres diminutos, algunos muy feroces y mortíferos, otros útiles y benéficos, e incluso muchos cuyo hallazgo ha sido más importante para la Humanidad que el de cualquier continente o archipiélago. Universo invisible para el ojo humano y seres a los que llamó “Animálculos”. Su vida es una verdadera historia de audacia, tenacidad y una infatigable curiosidad de explorar y penetrar en un cosmos nuevo y maravilloso. Leeuwenhoek abrió una tienda de telas. Probablemente poco tiempo después lo nombraron conserje del Ayuntamiento de Delft y le vino la extraña afición de tallar lentes. Había oído decir que fabricando lentes a partir de un trozo de cristal transparente se podían ver con ellas las cosas de mucho mayor tamaño que a simple vista. Poco sabemos de Leeuwenhoek entre sus 20 y 40 años, pero para entonces se le consideraba un hombre ignorante; no sabía hablar más que holandés, lengua despreciada por el mundo culto. Con todo, su ignorancia lo favoreció, porque aislado de toda la palabrería instruida de su tiempo no tuvo más guía que sus propios ojos, sus personales reflexiones y su exclusivo criterio. Sistema nada difícil para él, pues nunca hubo hombre más terco que él. ¡Qué divertido sería ver las cosas aumentadas a través de una lente! Pero, ¿comprar lentes? ¡Nunca! Jamás se vio hombre más desconfiado. ¡Él mismo las fabricaría! Visitando las tiendas de óptica aprendió los rudimentos necesarios para tallar lentes; frecuentó el trato con alquimistas y boticarios, cuyos métodos secretos observó para obtener metales de los minerales, y se inició en el arte de la orfebrería. Era un hombre quisquilloso; no le bastaba que sus lentes igualaran a los mejores trabajados en Holanda, sino tenía que superarlos; y aun luego de conseguirlo se pasaba horas y horas dándoles una y mil vueltas. Después montó sus lentes en marcos oblongos de oro, plata o cobre que el mismo había extraído de los minerales. Trabajaba buscando la forma de fabricar un minúsculo lente —de menos de tres milímetros de diámetro— tan perfecto que le permitiera ver las cosas más pequeñas enormemente agrandadas y con gran nitidez. Entonces empezó a examinar cuanto caía en sus manos. Analizó las fibras musculares de una ballena y las escamas de su propia piel. En la carnicería consiguió ojos de buey y se quedó maravillado de la estructura del cristalino. Pasó horas enteras observando la lana de ovejas y los pelos de castor y liebre, cuyos finos filamentos se transformaban, bajo su pedacito de cristal, en gruesos troncos.

Así, Leewenhoek fue el inventor del microscopio y es considerado padre de la Microbiología. Falleció a los 91 años.

Exdirector de la Escuela de Química Biológica de la Universidad de San Carlos y exjefe de Laboratorios del IGSS

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