Cabildo abiertoRedención

VÍCTOR FERRIGNO

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Esta Navidad, el calendario Gregoriano/ señala la culminación de un nuevo círculo/ en este tiempo de devastación.

Se cierra un lazo más del dogal/ con el que la civilización occidental y cristiana/ asfixia a la humanidad.

Hoy no ha nacido ningún Redentor,/ porque nunca habrá un salvador./ De nosotros ha nacido/ el ánimo de destrucción,/ y solamente de nosotros puede surgir/el espíritu de redención.

Ojalá haya una generación que lo encarne/ y se empeñe en construir/ el Reino de la Libertad.

Esta reflexión, con pretensiones poéticas, nació por la creciente tendencia de la humanidad de buscar Mesías para que nos salve de las calamidades que nosotros hemos construido, o consentido.

Es muy cómodo culpar al demonio, o al prójimo, de lo malo que nos sucede, para después pedirle a Dios, o a algún iluminado, que nos salve.

Pienso que la redención o la perdición -sean éstas éticas o políticas- son el resultado de lo que hacemos como individuos o como pueblos.

Gozamos de libre albedrío para optar, para decidir, para comprometernos o desentendernos. Así, el Gobierno que tenemos, la impunidad que sufrimos y la pobreza que padecemos, es el resultado de lo que hemos construido como Nación, ya sea por acción o por omisión. Ya es hora de que nos irgamos y, sin tanto lloriqueo, hagamos de Guatemala un mejor país.

La actual es una época propicia para cuestionarnos, y para decidir si nos estamos comportando a la altura de lo que nuestra familia y nuestra sociedad demanda.

En el mundo occidental y cristiano la Navidad es, sin lugar a dudas, la celebración más importante del año.

El término viene del latín nativitas, que significa natividad, nacimiento, alumbramiento, renovación.

En la liturgia católica, la Navidad representa el nacimiento de Jesucristo, el de la Virgen María y el de San Juan Bautista, que son los tres que celebra la Iglesia.

Durante dos milenios ha implicado una especie de renovación anual de la fe cristiana, celebrando un aniversario más del nacimiento de Jesucristo, durante la cual, con autenticidad o hipocresía, se invoca el espíritu de fraternidad humana.

Todo esto se ha representado, dependiendo de la época y el lugar, por una serie de símbolos y tradiciones que, lamentablemente, tienden a ser sustituidos por valores comerciales.

Como ya lo he dicho antes, en Guatemala, la peregrinación de los Reyes Magos ha sido reemplazada por el desfile de Paiz; la estrella que los guió hasta Belén fue sustituida por las luces Campero; y la representación del nacimiento del Mesías, con su pesebre, el buey y la mula ha sido suplantada por el árbol Gallo.

¿Podría alguien imaginarse mayor vulgarización comercial de la Navidad?

Ausencia extrema de sensibilidad es lo que exudan estas tres representaciones comerciales de la Natividad, a las cuales, tristemente, asisten los capitalinos extasiados y agradecidos. Es comprensible que, empobrecido y desinformado, el público citadino aplauda y valore un espectáculo tan gratuito como grotesco.

Dicen que ?con hambre no hay mal pan?; este refrán popular resume la situación de una sociedad ávida de esparcimiento que se conforma con espectáculos chocarreros, montados por comerciantes que confunden el arte popular con el marketing.

Como telón de fondo, subyacen dos realidades tangibles: la incapacidad y el desinterés del Estado para promover la cultura, y la creciente tendencia de convertir el consumo en objeto de culto. Para decirlo en términos cristianos, en un mar de ignorancia se ha erigido un nuevo becerro de oro: el comercio.

Es a él al que verdaderamente se le rinde culto; se vive para comprar, no se compra para vivir; se privilegia el tener y no el ser.

Esta contracultura de los bienes materiales ha originado un nuevo y falso paraíso, en el cual solamente tienen cabida las elites financieras; todos los demás mortales representamos a ?los desterrados hijos de Eva?.

¿Podrá haber algo de auténtica fraternidad en ese submundo? ¿Cabe en esa falsía lo que en alguna época se conoció como ?el espíritu de Navidad??

Yo no lo creo, pero cada quien está obligado a buscar su verdad, so pena de convertirse -literalmente- en el chompipe de la fiesta.

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