Cabildo abiertoLa globalización es una sandez

VÍCTOR FERRIGNO

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?La globalización es una sandez típica de nuestro tiempo (…) Globalizarnos indica y supone la pérdida de la personalidad, la pérdida de la identidad nacional, la pérdida de amor por nuestro suelo, parte esencial nuestra?. Con este juicio certero califica al nuevo orden económico el escritor colombiano, Álvaro Mutis, recién galardonado con el Premio Cervantes.

La realidad argentina le ha dado, con creces, la razón al ganador del más prestigiado premio de las letras hispanas. El saldo de la crisis es grave: 26 muertos y cientos de heridos, la renuncia del presidente Fernando De la Rúa, la democracia lesionada y un país en bancarrota. Mayor sandez, mayor necedad, es inimaginable.

Los últimos gobiernos argentinos, los de Menem y el de De la Rúa han sido los más fieles seguidores de las recetas del Fondo Monetario Internacional, y Domingo Cavallo, ministro de economía de ambos mandatarios, ha sido el mayor sandío, el más necio testaferro de ese modelo neoliberal, cuyos resultados están a la vista.

En Argentina, la globalización de los mercados se convirtió en la internacionalización de los conflictos. La prensa dio cuenta de los saqueos que, por hambre y desesperación, efectuaban los habitantes de las llamadas villas miseria. En Villa Fiorita, el barrio pobre donde el Pelusa Maradona se hizo grande, un saqueador argentino, descendiente de europeos, fue acuchillado por un tendero de origen chino; en la Ciudadela, un matrimonio coreano se suicidó al ver perdido su negocio. Todos fueron actores de un drama escrito en Washington, el cual rige la actuación de los millones de excluidos que habitamos el llamado Tercer Mundo.

El fracaso del modelo económico adoptado por Argentina, el de la dolarización, es la debacle de un programa que comenzó a implantarse en 1975. Desde ese entonces, el diseño y la conducción de los asuntos económicos estuvieron en manos de la ortodoxia neoliberal y la economía sufrió una serie ininterrumpida de crisis monetarias, fiscales y productivas y creció mucho menos que durante el período precedente de estatismo y proteccionismo.

Durante la última década, los diferentes gobiernos argentinos pusieron en práctica, de manera implacable, todas las recetas neoliberales y el modelo concluye en una irreversible crisis fiscal, monetaria, productiva y social. Con la sandez que los caracteriza, los representantes de la ortodoxia neoliberal insisten en proponer, como remedio, las mismas políticas que condujeron a la crisis. Es una necedad supina proponer que los argentinos tomen otra dosis del mismo brebaje que los envenenó, pero no se puede esperar otra cosa de Ramón Puerta, el nuevo presidente.

Frente a esta debacle, los neoliberales guatemaltecos, cuya sandez supera a la de los ortodoxos del Cono Sur, guardaran cauto silencio o argumentaron que el fracaso se debió a que las recetas no se aplicaron con mayor rigor, a pesar de que los argentinos fueron exprimidos a extremos tales que, en los últimos meses, vivieron aplicando el trueque. La pregonada posmodernidad neoliberal provoca una regresión a prácticas propias de culturas primitivas, en pleno Siglo XXI.

Fernando De la Rúa llegó al poder encabezando una amplia alianza de fuerzas políticas, que generó grandes expectativas en un pueblo consciente de que ya había pagado un precio muy alto por una presunta estabilidad, cuyos beneficios fueron para políticos y empresarios corruptos.

El mandatario, falto de temple y entereza, se doblegó ante el capital financiero y siguió aplicando el modelo heredado de Menem. Casi todos los sectores de la sociedad argentina propusieron cambios de políticas económicas, pero fueron desoídos. Sumidos en un una catástrofe creciente, y ante la negativa presidencial de buscar soluciones conciliatorias, el descontento desembocó en un alzamiento popular, enfrentando a sangre y fuego.

Con apenas 740 días de ejercer el desgobierno, Fernando De la Rúa se va acobardado por la dimensión de una tarea que le quedó grande, pero antes implantó el estado de Sitio, ordenó una represión feroz, y le sirvió en bandeja de plata la sucesión presidencial al partido peronista que, encabezado por Carlos Menem, originó el conflicto del cual ahora se beneficia.

En un helicóptero, como lo hizo Evita Perón, el ex mandatario abandonó la Casa Rosada dejando un rastro de muerte; como diría el autor de Don Segundo Sombra: ?se fue como quien desangra?.

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