EDITORIAL

Barrios a merced de la delincuencia

Resulta difícil comprender cómo los barrios que en su momento surgieron como comunidades de trabajadores y profesionales, con una estructura económica pujante y una identidad propia que se inscribe dentro de la riqueza cultural del país, se han convertido en cuestión de lustros en verdaderas sucursales del infierno.

Esta situación afecta no solo a los vecinos, sino también a quienes desarrollan actividades comerciales en las calles y avenidas, debido a la acción impune de bandas delictivas que en no pocas ocasiones han actuado en contubernio con malas autoridades.

Una triste prueba de ello es el antiguo barrio de Jocotales, Chinautla, colindante con la zona 6 capitalina, en donde facinerosos imponen su prepotencia a fuego y sangre, específicamente grupos de extorsionistas que en algunos casos son pandilleros y en otros simulan serlo para infundir terror, pero en los últimos días han segado vidas de personas honradas y productivas, cuyo único pecado fue oponerse a una exacción a todas luces injusta.

Probablemente cuando algunos canales de enriquecimiento ilícito les empiezan a fallar a las bandas, optan por buscar alternativas que desgraciadamente golpean a los más débiles e indefensos. La enorme mayoría de pobladores de Jocotales son gente laboriosa, emprendedora y pacífica, lo que aprovechan los mareros para presionar a los vendedores y designan a alguno para que recoja la exacción y se las deposite en cuentas bancarias.

Hasta cinco personas han perdido la vida a manos de esos delincuentes, que aparte de crueles son cobardes, pues no se atreven a cobrar sus felonías. Lo más triste de todo es que esta infausta industria golpea a la economía y al desarrollo de este sector de la ciudad, como ha ocurrido en otras comunidades.

Numerosos comerciantes han optado por no abrir sus negocios, otros contratan seguridad privada y algunos más simplemente cierran sus locales de manera permanente, lo cual representa un impacto económico para la Nación.

En casi todas las zonas de la capital se ha extendido este preocupante modelo, ya que los extorsionistas operan a sus anchas; en ocasiones, con el consentimiento de las autoridades, porque se han dado casos en los que los comerciantes que se han atrevido a denunciar a los extorsionistas han sido asesinados de manera fulminante.

Jocotales simbolizaba hasta hace pocos años el empuje de miles de habitantes que habían encontrado acomodo en ese territorio, pero al igual que otros barrios, como La Reformita, Carolingia, Bethania, Guajitos y La Palmita, se han visto copados por maleantes, lo cual se complica por la impunidad y la corrupción que campean en el país.

Si bien el Gobierno ha emprendido algunas campañas de captura, no es suficiente, porque desde las prisiones sigue el acoso contra víctimas. Por otra parte, es sabido que las bandas abren cuentas bancarias para mover los fondos mal habidos, por lo que a estas alturas también debiera haber suficiente información sobre transacciones sospechosas, cuyo monto es millonario, aunque no se compara con el alto precio que pagan familias enlutadas por la barbarie.

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