CON NOMBRE PROPIO

Anomia y juventud

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Si buscamos en el Diccionario encontramos que por anomia se entiende “la ausencia de ley”, o bien, “el conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales”. Las normas sociales son los medios que ha creado la civilización para garantizar la convivencia pacífica entre sus miembros.

Las normas sociales surgen de forma espontánea, la propia sociedad genera sus regulaciones y cuando estas normas son “validadas” por el Estado y su institucionalidad, esas disposiciones son aceptadas de manera oficial y se convierten en leyes escritas —por lo menos en teoría—.

Existen leyes que no se aceptan y simplemente no se cumplen, mientras que existen otras cuyo cumplimiento es general y espontáneo porque la mayoría lo asume como propio desde el inicio. La coerción de una norma jurídica, en una buena parte, no descansa solo en la capacidad del Estado para hacerla cumplir, sino sobre todo en la exigencia ciudadana para que se respete.

Veamos un ejemplo, en muchas aulas universitarias existe un letrero que tiene tres dibujos, un cigarro, un celular y un pan al centro de un círculo con una franja que los atraviesa como señal de prohibición. El tema de que algunos coman en clase o pretendan usar su celular es siempre complejo porque pocas veces el propio compañero amonesta al distractor; sin embargo, hay años de que no se ve un cigarro encendido dentro de clase.

La norma que prohibió fumar en espacios cerrados sabemos que existe, aunque no tengamos la menor idea del decreto que la encierra, es la sociedad la que la hace cumplir. Cuando muchos comenzamos los estudios universitarios, cada aula encerraba a la mitad de estudiantes con su cigarro prendido e incluso hasta el catedrático impartía su clase con él; sin embargo, la sociedad erradicó esa práctica.

El ejemplo puede parecer simple, pero en una sociedad como la guatemalteca, donde la capacidad social se ha perdido para hacer coercibles sus propias normas sociales, la juventud que se desarrolla en esta anomia pero con sentido de pertenencia hacia el mundo virtual, nos debe alarmar con lo que puede suceder.

En Monterrey, México, la semana pasada un estudiante de 15 años de un colegio privado sacó una pistola en el aula, disparó contra la maestra y sus compañeros y luego se suicidó. Una de las teorías del hecho fue su pertenencia a “La Legión Holk”, que consiste en un grupo surgido en algunas redes sociales que tienen como objeto el “humor negro”, pero dejó de serlo para ser verdaderos acosadores y apologistas del odio y la violencia. Esto está en investigación; sin embargo, solo la existencia de esos “grupos”, a todos quienes somos padres nos alarma porque tal como manifestaron las autoridades mexicanas, “los equipos tecnológicos no son niñeras digitales”.

En Guatemala existe desprecio elemental a la vida humana. La familia, para muchos, dejó de ser el entorno primario de protección y nuestra capacidad de asombro frente a las graves situaciones se pierde cada día. Las limitaciones a nuestra libertad de acción, expresión, asociación y hasta religión son espantosas, y como un buen número de personas no se cree vinculada a ninguna norma social de convivencia, surge el desorden, el “sálvese quien pueda” y la burla se torna en amenaza real.

La anomia social y el excesivo vínculo a mundos virtuales nos pueden hacer perder el norte, pero sobre todo a los adolescentes les hace posible vivir en mundos paralelos. La familia, para muchos, dejó de ser el círculo primario de seguridad, y esto nos obliga a crear nuevas estrategias para garantizar la mínima paz, ojalá que por lo menos dialoguemos sobre esto o cada vez será más tarde.

ESCRITO POR:

Alejandro Balsells Conde

Abogado y notario, egresado de la Universidad Rafael Landívar y catedrático de Derecho Constitucional en dicha casa de estudios. Ha sido consultor de entidades nacionales e internacionales, y ejerce el derecho.

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