VENTANA
¡Alalalalai!
Alejandro, además de su formidable y disciplinado ejército, llevaba consigo la cultura helénica. Genial. Le acompañaban poetas, astrónomos, historiadores, filósofos, arquitectos e ingenieros, quienes portaban planos de las nuevas máquinas de guerra en bolsas de cuero impermeabilizado. De todas las historias que nos dejó su corta pero intensa vida, en solo 13 años conquistó al imperio persa, y amplió las fronteras de la cultura griega hasta la región del Punjab, admitió que una batalla lo puso en jaque: la conquista de la pequeña ciudad fenicia de Tiro, el puerto más importante del lado este del Mediterráneo en el 332. a C. Alejandro arrasó primero la vieja ciudad de Tiro en tierra firme. Pero, a media milla de distancia de la costa, en una isla, los aguerridos tirenses habían construido otra ciudad, una más moderna, con muros de más de 150 pies de altura, por lo que sus habitantes se creían invencibles. Sitiar esta ciudad le tomó a Alejandro siete meses. Fue la batalla más penosa de todas. El reto no tenía que ver con su ser militar, sino con su lado creativo de vencer los imposibles. Alejandro decidió unir la vieja ciudad con la moderna Tiro por medio de un espigón. A través de esa calzada transportaría su mejor maquinaria de guerra conocida en aquellos tiempos. Pero cada metro que avanzaba, los feroces tirenses lo destruían. Alejandro no se dio por vencido. Finalmente logró someter por tierra y por mar a la inexpugnable Tiro.
¿Por qué se parece con la Guatemala que ahora, casi dos mil trescientos años después, estamos viviendo? Porque es preciso que los chapines derrotemos a los políticos y a todos aquellos que creen que están protegidos por el muro de la impunidad. Consideran, para su conveniencia, que Guatemala no puede romper con su pasado. Alejandro tenía la capacidad de lograr lo que se proponía. Su vínculo con la realidad era muy fuerte. Tenía la virtud de manejar la visión del largo plazo: “conquistar el mundo hasta entonces conocido”, con la del corto plazo: “cada batalla era importante”. El punto de convergencia entre el largo plazo y el corto plazo radicaba en la disciplina de su ejército. Carl Grimberg lo describe así: “Cada compañía, cada escuadrón y cada hombre tenían una misión bien determinada que cumplir. Los bárbaros aprovechaban el menor éxito parcial para lanzarse al pillaje, y al encontrar botín mostraban la mayor indiferencia a cuanto pudiera suceder en el campo de batalla. En el otro bando, ningún heleno se hubiera atrevido a dejar su puesto en el combate hasta no haber derrotado por completo al enemigo”. Nos urge una visión de largo plazo que ordene nuestra vida nacional. Solo así cada batalla nos animará a seguir adelante hasta lograr nuestro objetivo. Evoco el grito, ¡Alalalalai!
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