“A nosotros no nos incomoda que la gente diga que tenemos pacto con el diablo, en lo más mínimo. Al contrario, nos parece estupendo porque eso nos da un mayor reconocimiento”, dice a AFP Víctor Serrano desde la comodidad de su mecedora.
Don Víctor, un médico cirujano, pasó desapercibido la mayoría de sus ocho décadas de vida, pero la muerte de su hijo menor Alfredo en 2001 por una enfermedad cardíaca lo hizo localmente famoso.
Alfredo, conocido en el pueblo como el “Gato”, falleció cuando tenía 33 años y su cuerpo fue resguardado junto al de sus abuelos paternos en una bóveda en el cementerio de Mompox, una localidad abrazada por el río Magdalena y declarada patrimonio de la humanidad en 1995 por la Unesco.
“Nosotros quedamos asistiendo a la bóveda de él, al cementerio íbamos casi todas las tardes”, agrega con un marcado acento costeño Víctor, refiriéndose a sí mismo y a su esposa, al rememorar sus estancias al frente de las blancas criptas.
El mote de Alfredo, heredado por el abuelo paterno a todos los hombres Serrano y que encajaba con sus ojos verdes, empezó a tener mayor sentido cuando se convirtió en rutina ver pasar a una gata negra por su lápida.
La felina tuvo crías en el lugar, ellos empezaron a alimentarla y se fue acomodando, cuenta.
El número de gatos empezó a aumentar y con él, los mitos sobre una supuesta “brujería” y “pactos con el diablo”.
“Muchas personas de Mompox (…) le han querido dar un toque de misterio y todo, lógicamente, porque está enmarcada dentro del cementerio”, cuenta el guía turístico Luis Domínguez, de 41 años.
Los Serrano comenzaron a alimentarlos y esterilizarlos para contener la sobrepoblación, que incluye felinos blancos, negros, atigrados y amarillos.
Con porte serio, don Víctor reduce las historias del más allá a meras supersticiones de los habitantes de Mompox, el pueblo que inspiró el realismo mágico del Gabo en “El general en su laberinto”.
“Para mí, esta historia de los gatos no pasa de ser más que una historia de amor de dos padres con su hijo”, concluye Domínguez.