Hace unos 10 días, cuando se acercaba el final de una política de expulsión aplicada durante la pandemia conocida como Título 42, surgió un campamento de migrantes entre los dos muros fronterizos, con cientos de personas que esperaban que se les permitiera ingresar a Estados Unidos. Viajé a San Diego y Tijuana la semana pasada para informar sobre el campamento diverso y en expansión: su existencia refleja las cambiantes políticas migratorias de Estados Unidos, así como la desesperación de los migrantes de todo el mundo que buscan mejores oportunidades.
“No hay otra opción”, dijo Azamat Alin, de 41 años, quien gastó al menos US$10 mil en un largo viaje desde Kazajistán a Brasil y luego, a través de Centroamérica hasta México.
Alin se había propuesto buscar oportunidades financieras y libertad política en Estados Unidos. No esperaba pasar varias noches en un campamento de migrantes sin techo ni saneamiento. Cuando hablé con él a través de las rejas de metal del muro fronterizo, llevaba una bolsa de plástico en la cabeza para mantenerse caliente y acababa de gastar sus últimos dólares en una caja de pizza que le vendió un repartidor de comida de Tijuana a través del muro.
Pero si hubiera sabido desde el comienzo que las condiciones serían así de precarias, de todas maneras, habría hecho el viaje, afirmó.
“Todos están mirando las llegadas a la frontera, pero la raíz del problema está en los factores de presión dentro de los países de origen, los cuales van a persistir”, le dijo Justin Gest, politólogo de la Universidad George Mason que estudia inmigración, a mi colega de The New York Times Miriam Jordan. “Cuando ocurren las crisis, generan flujos hacia el norte”.
En la frontera entre San Diego y Tijuana, cerca de mil personas saltaron la primera barrera que separa las ciudades la semana pasada y luego, quedaron estancadas detrás de otra pared, mientras esperaban el procesamiento por parte de los funcionarios estadounidenses. La zona entre los dos muros fronterizos está técnicamente en suelo estadounidense, pero se considera una especie de zona neutral. Un hombre colombiano en el campamento contó que le había pagado US$1 mil 500 a un grupo de contrabandistas que cortaron un agujero en la cerca del lado de México para que él, su pareja y su hijo pequeño pudieran pasar.
Los periodistas no pueden ingresar al campamento, pero nos apilamos en el lado de San Diego para hablar con los migrantes a través de la cerca fronteriza. Vi a cientos de familias allí, acurrucadas para calentarse bajo mantas isotérmicas, compartiendo barras de proteínas y agua embotellada. Algunos habían construido tiendas de campaña con lonas y bolsas de basura de plástico negro.
Una madre cepillaba el largo cabello castaño de su hija. Un padre jugaba a perseguir a su pequeño niño sonriente a través del terreno lleno de basura.
Nunca había visto un grupo tan diverso de personas en un solo lugar, con inmigrantes de Angola, Rusia, Guinea, Venezuela, Turquía, Pakistán y decenas de otros países. Llevaban estilos y prendas de todo el mundo: sombreros de paja para el sol, hiyabs, camisetas sin mangas, ponchos y gorros kufi.
El escaso suministro de alimentos y agua engendró nuevos negocios —los repartidores del lado de México vendían pollo frito, barras de pan y botellas de agua gaseosa a a través del muro fronterizo—, así como un sorprendente sistema de orden dentro del campamento.
Mientras los trabajadores humanitarios distribuían papel higiénico, bolsas de clementinas, botellas de agua y paquetes de cepillos de dientes, los migrantes de varias regiones designaron líderes para recibir y distribuir los suministros para sus grupos.
Los africanos del campamento, provenientes de Ghana, Somalia, Kenia, Guinea, Nigeria, seleccionaron a un hombre somalí alto, quien conversó con los grupos de ayuda sobre la cantidad de toallas sanitarias y mantas que necesitaban ese día. Los colombianos tenían su propio líder, al igual que los afganos, los turcos y los haitianos.
Lea también en PL Plus: Microdosis | 8 de cada 10 guatemaltecos son dueños de su vivienda
El sistema surgió de forma orgánica cuando los inmigrantes buscaron aliviar las tensiones entre los grupos que luchaban por los recursos limitados, contó Adriana Jasso, voluntaria de American Friends Service Committee.
“La gente tiene frío, hambre, está desesperada, nerviosa, en condiciones de miseria”, dijo. “Es una situación grave, por decir lo menos”.