Cuando estudiaba en Lima, recordó que “aspiraba secretamente en convertirme en un escritor francés. Estaba convencido de que era imposible ser escritor en Perú, un país sin editoriales y con escasas librerías”, explicó.
“Es en París que me convertí en escritor”, agregó Vargas Llosa, quien se instaló en la capital francesa en 1959, con un ejemplar de Madame Bovary en mano, convencido que sólo aquí podría cumplir su destino.
Con esta ceremonia solemne, Vargas Llosa realiza el último acto de este sueño de joven, y ocupa ahora el sillón 18 bajo la Cúpula, convirtiéndose en “inmortal”, tal y como apodan a los miembros de la Academia francesa.
Tomó el puesto del fallecido Michel Serres, a quien elogió ampliamente en su discurso, como lo requiere el protocolo. “No lo conocí, pero sí leí toda la obra del filósofo”, dijo el Nobel peruano y destacó el trabajo de Serres sobre Jean de La Fontaine.
Apuntando a Putin
“La novela salvará la democracia o se hundirá con ella y desaparecerá”, dijo el Premio Nobel de Literatura, criticando la censura y apuntando directamente a Vladimir Putin.
“Siempre quedará – ¿cómo dudarlo? – esta caricatura que los países totalitarios nos venden como novelas, pero que sólo existen tras haber atravesado la censura que los mutila”, como muestra “el ejemplo de la Rusia de Vladimir Putin”, criticó.
“Vemos cómo ataca a la desafortunada Ucrania, y cómo se sorprende sobremanera cuando esta nación resiste, a pesar de su superioridad militar, sus bombas atómicas y sus tropas multitudinarias”, agregó.
La ceremonia, que tuvo en primera fila del público al rey emérito de España Juan Carlos I, acabó como es tradición con el discurso de respuesta de otro miembro, el académico Daniel Rondeau.
De este modo, Mario Vargas Llosa se convirtió primer escritor en lengua no francesa en entrar en la institución.