“Creo que me están siguiendo”, le dijo con los ojos dilatados por el miedo.
Describió los delirios paranoicos que lo perseguían: creía que unas personas lo espiaban, que llegaban en autos a su calle cerrada en los suburbios de Seattle y que un oficial de SWAT estaba agazapado en un arbusto de su jardín.
Fue un cambio muy drástico para Agerton, de 49 años, un marine retirado por lo general imperturbable y un arriesgado fotógrafo de documentales cuya aventura más reciente fue una expedición de dos meses en el mar Rojo dentro de un submarino. Estaba acostumbrado al estrés y dijo que ni él ni su familia habían tenido problemas de salud mental con anterioridad.
No obstante, a mediados de diciembre, después de un caso moderado de covid-19, lo envolvió una especie de psicosis que hizo que la vida se convirtiera en una pesadilla. No podía dormir, le preocupaba que de alguna manera hubiera hecho algo malo, sospechaba que gente común y corriente tenía planes siniestros y terminó hospitalizado dos veces en un pabellón de psiquiatría.
“Esta intensa paranoia fue como un interruptor de luz, sucedió así de rápido”, afirmó Ivan Agerton en entrevistas que duraron dos meses. “En verdad fue lo más aterrador que haya vivido”.
La experiencia de Agerton muestra un fenómeno que los médicos reportan cada vez más: síntomas psicóticos que aparecen semanas después de una infección de coronavirus en algunas personas sin enfermedades mentales previas.
Los médicos afirman que esos síntomas podrían ser una manifestación de secuelas de covid-19 relacionadas con el cerebro. Los especialistas tienen la hipótesis de que, junto con padecimientos más comunes como la confusión mental, la pérdida de memoria y los problemas neurológicos, la psicosis “de reciente aparición” podría ser el resultado de una respuesta inmunitaria, problemas vasculares o la inflamación derivada del proceso de la enfermedad. Con otros virus se han presentado casos esporádicos y, aunque es probable que esos síntomas extremos solo afecten a un pequeño porcentaje de los sobrevivientes de covid, ha habido casos en todo el mundo.
Una gran parte de ese trastorno sigue siendo un misterio. Algunos pacientes sienten la necesidad de hacerse daño o de dañar a otras personas. Otros, como Agerton, no tienen impulsos violentos, pero se vuelven paranoicos casi de manera obsesiva. Algunos necesitan estar hospitalizados varias semanas mientras los médicos prueban tratamientos con diferentes medicamentos, y otros mejoran más rápido. Algunos pacientes sufren recaídas.
En diciembre, Agerton estuvo en un pabellón de psiquiatría alrededor de una semana y no pasó la Navidad con su esposa y sus tres hijos. Para mediados de enero, parecía haberse recuperado y su médico pensó en reducir sus medicamentos antipsicóticos. Sin embargo, en febrero, “la paranoia regresó con intensidad”, señaló
Agerton en una entrevista un día antes de ser internado por segunda ocasión.
“Tengo muchas preguntas”, comentó Veronika Zantop, una psiquiatra que ha tratado a Agerton desde la primera vez que lo hospitalizaron y que confirmó que no había tenido trastornos mentales anteriores. Entre ellas está: “¿Es temporal o por cuánto tiempo sigue habiendo este riesgo?”.
Es más común que los delirios paranoicos sean parte de una esquizofrenia en los últimos años de adolescencia o demencia en adultos mayores, pero hasta ahora, la psicosis posterior al covid ha afectado principalmente a pacientes de treinta y tantos, cuarenta y tantos, así como de cincuenta y tantos años.
Otra diferencia notable es que algunos pacientes que han tenido covid se han dado cuenta de que algo anda mal, mientras que los pacientes con psicosis habituales “casi nunca perciben sus síntomas”, mencionó Zantop.
Señaló que con Agerton “es casi como si pudiera salirse de sí mismo y decir: ‘Mi cerebro me está diciendo que la policía me persigue’. Y que luego pudiera decir: ‘En determinado nivel sé que no es cierto, pero a mí me parece que es la realidad’”.
Después de la publicación en diciembre de un artículo de The New York Times sobre la psicosis posterior al covid, muchas personas se comunicaron para decir que ellas o alguien que conocían la habían sufrido. Agerton explicó que quería compartir su experiencia para ayudar a otras personas con la difusión de este padecimiento.
Después de regresar del mar Rojo, Agerton dio positivo por coronavirus a fines de noviembre. Dado que el equipo de la expedición tuvo precauciones extremas, supone que se contagió en el vuelo de regreso a casa. Con fiebre baja, síntomas respiratorios leves y pérdida del olfato, se aisló durante diez días en una habitación de su casa en Bainbridge Island cerca de Seattle para proteger a Emily Agerton, de 46 años, así como a sus hijos de 5, 11 y 16 años.
Posteriormente, el 17 de diciembre, una llamada común y corriente de un número desconocido a su celular desencadenó una avalancha de paranoia vinculada con la tecnología, la vigilancia y los agentes del gobierno.
“Empecé a tener alucinaciones auditivas”, comentó. Se asomaba por la ventana en la noche e imaginaba que había voces en el exterior. Con miedo de que las familias que veían las luces navideñas de su vecindario estuvieran realizando labores de espionaje, tomaba a Duke, el pastor australiano de la familia, y salía a caminar para “ver a las personas del auto”, comentó. Luego estaba convencido de que los detectores de la policía estaban transmitiendo sus caminatas con el perro y todos sus demás movimientos.
“No me podía controlar”, afirmó y añadió: “Solo pensaba que estaba volviéndome loco”.
Luego de dos días casi sin dormir y de mantener esto en secreto, se lo confió a su esposa, quien se quedó estupefacta.
“Para mí fue una sensación absoluta de impotencia y temor ver que una persona que enfrenta las crisis con mucha destreza pase por una crisis”, comentó.
Él le pidió que pusiera los teléfonos de la familia en modo avión y le dijo que le preocupaba que la casa estuviera intervenida. “Le aterraban” las sirenas de ambulancia, comentó Emily Agerton quien lo llevaba en el auto para que la buscara. “Aproximadamente cada 30 minutos salía a hacer sus rondas para ver qué pasaba afuera”.
Lo llevó de compras pensando que “algo tan monótono como Costco ayudaría a que fuera un día normal”, pero él le mencionó que temía que los clientes fueran agentes vestidos de civil.
“En verdad era una tortura para él”, comentó.
Esa noche, ella llamó a una amiga, una enfermera con experiencia en salud mental.
Según Emily Agerton, su amiga subrayó: “Tienen que ir de inmediato a urgencias, guarda bajo llave cualquier arma”.
Pese a que Ivan Agerton no tenía pensamientos suicidas ni homicidas, su esposa añadió un mecanismo de cierre a la caja fuerte donde tenían una pistola.
“Ni siquiera se me había ocurrido que pudiera hacerse daño o dañarme a mí o a los niños, pero ese es un nivel de temor y protección totalmente distinto que comienza a recorrerte el cuerpo”, afirmó.
Los médicos de la sala de urgencias descartaron un tumor cerebral y lo enviaron con una receta de pastillas para dormir. Pero después de dormir, “los delirios regresaron tal como los había dejado la noche anterior”, comentó su esposa. “Cada vez estaba peor. Cada diez minutos surgía algo nuevo”.
Emily Agerton, administradora de servicios sanitarios y estudiante de posgrado de medio tiempo de liderazgo empresarial, le buscó con desesperación ayuda psiquiátrica. Finalmente, su amiga enfermera le encontró un lugar en el Centro Médico Sueco de Seattle.
En el ferri camino a Seattle, Ivan Agerton se imaginó que el conductor de un camión de FedEx intervenía sus teléfonos celulares. En el hospital, lo conmocionó una llamada equivocada al teléfono de su habitación.
“Era como un efecto multiplicador”, recordó.
“Cuando llegó, estaba muy psicótico”, señaló Zantop, quien se encarga de las intersecciones entre los problemas médicos, neurológicos y psiquiátricos en ese centro médico. “En verdad le estaba costando mucho trabajo vivir con esos pensamientos constantes de que la policía estaba a punto de arrestarlo y meterlo a la cárcel”.
Le hicieron una resonancia magnética y otros estudios, pero no encontraron problemas identificables, señaló Zantop, quien se puso a investigar los casos vinculados al COVID.
Al principio, Agerton lloraba y se quedaba viendo una estructura del estacionamiento que estaba afuera “donde pensaba que había personas mirándome”, comentó.
Su ojo de fotógrafo estaba confundido por la iluminación del hospital que, según él, parecía salida de “una mala película”.
Zantop explicó que un medicamento antipsicótico, así como información y palabras de consuelo, que incluyeron afirmaciones de que los guardias de seguridad no lo estaban persiguiendo, le ayudaron a “tranquilizarse un poco”.
También se puso a leer libros sobre Napoleón y los niños perdidos de Sudán, pese a que, comentó: “Tenía que releer los párrafos dos, tres, cuatro veces”.
Poco antes de Año Nuevo, regresó a casa. Cinco días después, consideró que estaba recuperado en un 85 por ciento, excepto por algunas “ocurrencias” como pensar que el conducto de ventilación de algún vecino era el periscopio de un submarino.
Zantop se dio cuenta de que Agerton se estaba recuperando. A mediados de enero, luego de su cumpleaños número cincuenta, aseguró que se sentía al “cien por ciento”. Pero un mes después, un encabezado sobre una redada policiaca volvió a disparar los síntomas. Comentó que sentía menos ansiedad que antes, pero que su paranoia estaba “rebasando mi mente racional y esta vez fue más difícil”.
En el hospital, Zantop le recetó distintos medicamentos antipsicóticos y ansiolíticos. Seis días después, había mejorado lo suficiente como para regresar a casa.
Hace poco, Ivan Agerton mencionó que se sentía considerablemente mejor y que había desaparecido el 90 por ciento de la paranoia. Su sentido del olfato está comenzando a recuperarse y espera que eso sea señal de una mejoría duradera.
No se sabe durante cuánto tiempo tendrá que tomar los medicamentos ni cuándo podrá reanudar su trabajo audaz.
“Está la incertidumbre de cuánto tiempo va a durar esto”, explicó. “¿Cuánto tiempo voy a vivir con esto?”.