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Ni bien había probado sus dos arepas “planitas”, el café con leche y el jugo de naranja, cuando el malestar aumentó rápidamente.
“Me estoy mareando, me estoy mareando”, le dijo a su esposa y a su hijo mayor en la sala de su vivienda, en Madrid, España. Es lo último que recuerda antes de verse en el piso, las piernas en alto y su pareja, cerca de él, a punto de la histeria, y su hijo, ventilándolo.
Todo se había nublado de repente. “No sentí el golpe. No supe lo que había pasado”, cuenta a la Voz de América a través de una videollamada desde la capital española.
Corredor de seguros en Venezuela y repartidor de publicidad en buzones residenciales en Madrid, momentáneamente cesante, Remo había experimentado desde el domingo anterior una fiebre de 38 grados y un “quebrantico” en el cuerpo.
Sintió también un cansancio que describe como “bastante irregular”. Todo se lo achacó a una gripe tradicional. Pero sufrió de una tos que nunca le abandonaba.
“Era incesante, de esa tos que no te deja hablar. No podía enunciar ninguna palabra porque empezaba la tos, que no me dejaba. Pensé que era una gripe normal”, dice.
La mañana de su desvanecimiento, su familia llamó al número de emergencia y le recomendaron acudir al centro de atención primaria de su distrito.
Caminó cuatro calles empinadas, acompañado de su esposa. No se agotó. “Iba tranquilo. Lo que hacía era no hablar para que no me diera tos. Iba sin jadeo”, precisa.
Un médico lo remitió al hospital General Universitario Gregorio Marañón tras diagnosticarle neumonía sospechosa del nuevo coronavirus. No sintió miedo, jura.
Decidió acudir al centro médico sin su esposa, temiendo que tardaría horas en ser dado de alta. Tres días de hospitalización le esperaban a unas cuantas cuadras.
El lugar estaba “colapsado”, menciona. En la emergencia, estuvo 30 horas, siempre bien atendido. Lo auscultaron y, luego, lo remitieron a una sala de espera.
El temor que no había sentido hasta entonces le tocó la puerta en esa sala, donde vio y escuchó a pacientes afectados, como él, de toses crónicas.
“Había un concierto de toses en todos los tonos. Estaba asustado por lo que estaba viendo. Había personas peor que yo. Me preguntaba: ‘¿dónde estoy?’”, relata.
“Tengo el corona”
A Remo, de ascendencia italiana, le hicieron en el hospital Gregorio Marañón de Madrid una evaluación de detección de la COVID-19.
Le insertaron hisopos en las fosas nasales hasta llegar a la parte superior de la faringe. “Los llegan hasta el cerebro”, refiere, sarcástico.
Tras una radiografía y otros tantos exámenes, el personal médico decidió su hospitalización por lo que, en inicio, llamaron “una neumonía doble”.
Remo, confiado, escribió un mensaje a su esposa e hijo en su celular con el apodo del virus de moda: “no tengo el ‘corona’”.
Introdujo en Google los nombres de cada medicina que le administraban hasta que se topó con un retroviral recetado para tratar el virus del VIH. Cambió de opinión.
“Como que estoy enfermo. Yo como que tengo ‘el corona’”, se dijo a sus adentros.