En un periodo reciente de cinco semanas, 100.000 estadounidenses fallecieron a causa de complicaciones de la covid-19, una cifra que el país tardó cuatro meses en alcanzar la primavera pasada.
Mi angustia aumenta al enterarme de que no tenía por qué ser tan grave. Una acción muy sencilla (el uso consistente de protectores faciales en público) pudo haber ayudado a frenar la agonía. En diciembre, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades reiteraron el consejo que dieron en julio por primera vez: “Usen cubrebocas sobre la nariz y la boca. Todo el mundo debería usar cubrebocas en espacios públicos y cuando estén cerca de personas que no vivan en su casa, en especial cuando sea difícil mantener otras medidas de distanciamiento social”.
Los cubrebocas, subrayó la agencia, protegen tanto al usuario como a las personas con las que interactúa en su vida cotidiana.
Ahora, con la aparición de una variante del virus altamente contagiosa, los caóticos intentos por distribuir y aplicar las vacunas a cientos de millones de estadounidenses vulnerables, y a falta de un cierre total de actividades, el uso universal de cubrebocas es la manera más efectiva de frenar el incesante aumento de hospitalizaciones y fallecimientos a causa del covid-19.
Se necesitarán muchos meses para inmunizar a todos los que estén dispuestos y puedan vacunarse contra el covid-19. Mientras tanto, nos enfrentamos a otro tsunami de contagios mortales por coronavirus a medida que la nueva variante se extiende por sectores de millones de personas que aún no están protegidas.
Al igual que muchas otras medidas que no adoptó el gobierno anterior de Estados Unidos para reducir la propagación del covid-19, la decisión de imponer el uso obligatorio de cubrebocas se dejó en manos de los estados. Los cubrebocas se convirtieron en un asunto político, y el expresidente ridiculizó públicamente a los opositores que los usaban. Algunos funcionarios electos incluso llegaron a afirmar, de manera ridícula e infundada, que los cubrebocas no solo no evitan la propagación del virus, sino que la potencian. Me pregunto si también ignoraron a los padres y profesores que les dijeron que se taparan la boca al toser o estornudar.
También me pregunto por la pericia económica de nuestro expresidente y de los gobernadores que se resistieron a ordenar la obligatoriedad del cubrebocas, algunos de los cuales se contagiaron del covid-19 y, sin embargo, clamaron para que se abrieran las actividades económicas. Goldman Sachs calculó en junio del año pasado que imponer el uso obligatorio del cubrebocas en todo el país podría tener un impacto potencial en el PIB de Estados Unidos de un billón de dólares.
Estos días, mientras espero mi segunda vacuna, soy cada vez más consciente de la cantidad de personas que caminan, corren o van en bicicleta sin cubrebocas o, si la usan, lo hacen de manera poco efectiva. He empezado a alzar la voz con más frecuencia: “Por favor, ponte el cubrebocas” o “el cubrebocas debe cubrirte la nariz y la boca”. Entre las respuestas ignorantes se encuentran: “No necesito cubrebocas cuando estoy al aire libre”, “ya tuve covid, así que no puedo contagiarme de nuevo ni contagiarte a ti”, y mi respuesta favorita mientras camino por un sendero de un metro de ancho: “Me mantengo a un metro de distancia de las personas”.
Aunque el distanciamiento social de 1,80 metros no es totalmente arbitrario, se basa en pruebas limitadas entre los pasajeros de las aerolíneas y, por ejemplo, puede que no se aplique en absoluto a los ciclistas sin cubrebocas que se gritan unos a otros al pasar junto a mí o a los corredores que respiran con fuerza.
También he escuchado a algunas personas decir: “Ya me vacuné, así que no necesito cubrebocas”. Esta puede ser la excusa más peligrosa de todas. En primer lugar, aunque las vacunas son buenas, no son perfectas, y es probable que estas personas vacunadas no se hayan sometido a un control de anticuerpos fuertes contra el virus. En segundo lugar, aún no sabemos si las vacunas, a pesar de ser muy eficaces para prevenir la enfermedad y la muerte, también evitan el contagio asintomático que puede transmitir el virus a otras personas.
Como dijo Jeremy Howard, un científico de datos de la Universidad de San Francisco, de quienes rechazan el cubrebocas: “¿Cómo te sentirías si provocaras que tu mejor amigo enfermara o la madre de tu amigo muriera?”.
En febrero de 2020, después de que la Organización Mundial de la Salud desaconsejó el uso de cubrebocas (sin datos que respaldaran la decisión), a no ser que ya se estuviera enfermo, Howard reunió a un equipo internacional de diecinueve científicos para revisar la evidencia del uso de cubrebocas, con la esperanza de descubrir “que los cubrebocas eran una pérdida de tiempo”, afirmó en una entrevista. En cambio, el equipo descubrió que “los datos sobre los beneficios de los cubrebocas son realmente convincentes”. Los resultados de su estudio exhaustivo se publicaron hace poco en PNAS, la revista arbitrada Proceedings of the National Academy of Sciences.
Howard señaló que los informes preliminares de sus hallazgos dieron lugar a “todo tipo de abusos, incluidas amenazas de muerte” por parte de quienes se resisten a los cubrebocas, pero eso no le ha impedido repetir que “el uso de cualquier tipo de cubrebocas ayuda en gran medida a evitar el contagio accidental de otras personas, lo cual es importante para la comunidad y la economía. Aproximadamente la mitad de los contagios por coronavirus son transmitidos por personas que no saben que están enfermas, y la nueva variante es mucho más contagiosa”.
Un estudio en China encontró que la carga viral en las vías respiratorias superiores de las personas que están infectadas pero no presentan síntomas puede ser tan alta como la de las personas con síntomas, y el solo hecho de hablar y respirar puede propagar gotículas y aerosoles cargados de virus. Y debido a que el virus reside en grandes cantidades en la nariz y la garganta, los estornudos pueden arrojar una nube infecciosa diez o más veces más lejos que toser.
Lo que me lleva a la pregunta de si las cubiertas faciales que usan muchas personas son lo suficientemente protectoras. Ahora sé que los pañuelos, las mascarillas azules más básicas y los cubrebocas delgados de neopreno que he estado usando durante los últimos once meses son mejores que nada, pero tampoco son muy buenos. Ofrecen demasiadas rutas para que las partículas portadoras de virus lleguen a una nariz o boca desprevenida.
Debí haber seguido el consejo que mi colega Tara Parker-Pope ofreció hace meses acerca de la mejora del cubrebocas.
“Los cubrebocas”, dijo Howard, “necesitan un alambre nasal que proporcione un ajuste perfecto y un material de filtración adecuado, como una nanofibra, que filtre partículas muy pequeñas”.
Él y sus coautores concluyeron que, actualmente, para la mayoría de nosotros, los cubrebocas KN95, en especial los que tienen bandas que se ajustan alrededor de la cabeza, son los mejores para evitar contraer y propagar el virus.
Otra opción es la mascarilla KF94 o, si no es muy incómodo, llevar dos mascarillas al mismo tiempo para mayor protección.
Las mascarillas KN95 cumplen con los estándares de certificación del extranjero y están diseñadas para filtrar el 95 por ciento de las partículas de hasta 0,3 micrones de tamaño. (Las mascarillas N95, el estándar de oro de los cubrebocas y que cumplen con los estándares de certificación de Estados Unidos, deben reservarse para el personal de atención médica y de emergencia, que es más probable que interactúe con personas infectadas por la COVID-19).
Las mascarillas Powecom KN95 tienen una autorización de uso de emergencia de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés). Acabo de ordenar un paquete de once de ellas por Amazon a 23,80 dólares y espero usarlas durante muchos meses después de estar protegida por la vacuna. Es posible que todavía pueda transmitir el virus y quiero dar un buen ejemplo a mis conciudadanos.