A inicios de 1944 el canino fue entregado a la escuela de entrenamiento para perros, su tarea era identificar explosivos que para los soldados era imposible encontrar a simple vista.
Rápidamente el canino demostró una habilidad en la materia. Fue capaz de detectar 16 tipos de diferentes explosivos, mismos que estaban escondidos entre la maleza y el lodo profundo.
La familia de Ricky, recibía de manera periódica cartas del Ejército que informaba el estado de salud del perro y daban un detalle de todos los aportes que hacía a favor de la patria.
A medida que su escuadrón iba ganando terreno en espacio enemigo, el nivel de peligro también aumentaba.
Durante una misión uno de los soldados activó un explosivo a tan solo poco más de un metro donde se encontraba Ricky, el perro fue alcanzado por la explosión y su cabeza recibió un golpe.
A pesar de eso, el perro se levantó, hizo un pequeño movimiento con su cabeza y siguió olfateando. Esa tarde Ricky localizó una serie de explosivos que habrían resultado mortales para su escuadrón, lo que permitió a todos los soldados regresar a casa.
Las trompas no se querían despedir de Ricky cuando finalizó la guerra e hicieron una oferta monetaria a su familia, quien declinó la oferta y recibió nuevamente a su perrito.
Ricky recibió medallas por sus aportes en la segunda guerra mundial, sus proezas son tales que su legado ha quedado inmortalizado en la historia.