“Nos fueron muy útiles por su rapidez y agilidad”, declara Hany, un soldado de 25 años.
“Es más difícil perseguir sobre dos ruedas” , que además es “demasiado ligero para desencadenar la explosión de una mina”, explicó a un periodista de la AFP durante un desplazamiento organizado por el ejército en Salma.
El soldado afirma haber conducido su moto la mayor parte de los nueve meses que duró la batalla callejera para reconquistar la ciudad caída en manos rebeldes en 2012. Muchas de sus calles son intransitables para los vehículos blindados o los tanques.
“Nuestra forma de combatir ha cambiado desde el comienzo de la guerra y hemos ajustado nuestros métodos ofensivos”, explica el soldado al bajar de la moto cubierta de lodo.
Al igual que él, muchos soldados coinciden en que las motocicletas fueron claves en la reconquista de esta localidad situada en las montañas de Latakia, feudo de la minoría alauita de la que procede el presidente Bachar al Asad.
“El uso de más de 80 motos fue decisivo para la victoria durante las últimas 72 horas”, afirma un comandante. “Nos permitieron evacuar a los heridos, transportar armas ligeras y comida”, dijo.
La circulación en motocicleta ayuda asimismo a esquivar los disparos de francotiradores rebeldes que apuntan a los vehículos encargados de abastecer a las fuerzas gubernamentales.
El ejemplo del Hizbulá
El comandante reconoce que las fuerzas gubernamentales recurrieron a una táctica empleada desde hace tiempo por los rebeldes pero también por sus aliados del Hizbulá chiita libanés.
“Nos dimos cuenta de la gran flexibilidad y la rapidez que proporcionan las motos”, añade.
Reda Haj, un soldado de 38 años, afirma haber visto por primera vez a los combatientes del Hizbulá hacer la guerra en moto en Qalamun, una región montañosa cercana a la frontera libanesa. El apoyo del Hizbulá ha sido determinante en varios frentes en los que combatía el régimen.
Las motos entraron en acción hace nueve meses, cuando el ejército lanzó una nueva ofensiva en Salma.
Las motos transportaban “provisiones, municiones, y evacuaban a los heridos de las zonas inaccesibles para las ambulancias”, explica Reda Haj.
La batalla por Salma fue encarnizada, como dan fe los boquetes en las fachadas de los edificios.
Sentados alrededor del fuego, varios soldados saborean la victoria bebiendo mate. “Llevo nueve meses sin guardar el arma” , reconoce uno de ellos, Abdul Karim Mahfuz.
“Estábamos siempre alerta… Pero hoy sostengo una taza de te”, sonríe este soldado de 26 años.