“Como lo que traen”, dice resignada Carla López, de 40 años, hospitalizada desde hace tres meses por llagas en un ulcerado pie.
A su lado reposa un plato de lentejas y arroz, revoleteado por moscas que espanta con las manos. Una ración desabrida, pues en el Hospital Universitario de Caracas tampoco hay sal.
Y aunque el exceso de carbohidratos le dispara los niveles de azúcar en la sangre, no puede pagar una dieta apropiada.
Necesitaría 1,5 salarios mínimos para comprar un kilo de pollo, una de las muchas distorsiones de la crisis económica venezolana, con inflación que llegaría a 1.000.000% en el 2018, según el FMI.
“Te dan pasta (de almuerzo), normalmente sola, o arroz con lentejas. En la mañana una arepa. En la noche te dan otra arepita pequeña, flaquita”, cuenta la mujer, desempleada por su enfermedad.
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El hospital Universitario, en Caracas, llegó a tener un cocinero por cada especialidad médica, recuerda la nutricionista Gladys Abreu.
Ahora, porciones de 40 gramos de arroz y 25 de granos dejan espacio de sobra en las bandejas. “Es apenas suficiente para un niño pequeño”, lamenta una empleada de la cocina.
“Ni la basura recogen”, lanza otra trabajadora del hospital, una imponente estructura de once pisos inaugurada hace seis décadas. Una papelera con desechos corrobora su denuncia.
La Encuesta Nacional de Hospitales, difundida en marzo por el Parlamento controlado por la oposición y la ONG Médicos por la Salud, reveló que 96% de los centros no ofrece una alimentación adecuada o no suministra comida a los pacientes.
El sondeo consultó 104 hospitales públicos y 33 clínicas privadas.
Suero por leche
En la maternidad Concepción Palacios, en el oeste de Caracas, dejaron de dar leche de fórmula por falta de presupuesto.
Los padres deben llevarla, pero Yereercis Olivar, quien acaba de dar a luz a su segundo hijo, no puede pagarla.
Tampoco puede amamantar al bebé, de quien fue separada para no contagiarle la varicela que contrajo durante el embarazo y que le llenó la piel de ampollas.
Desesperada, optó por extraerse leche con una jeringa para llenar el biberón. Mientras esa tortura surtía efecto, el niño pasó tres días “con puro suero”, relata.
Escasa como muchos productos básicos, la leche para recién nacidos solo se consigue en el mercado negro, donde una lata cuesta unos 50 millones de bolívares (15 dólares). Comprarla requiere nueve salarios mínimos.
Según el sondeo en los hospitales, 66% de los servicios pediátricos no poseen fórmulas lácteas.
Por si se lo perdió
El deterioro se aceleró en los últimos años, atestigua Yereercis, cuyo primer hijo nació en el mismo lugar en el 2016, en condiciones distintas. No pudo amamantar por tres días y el bebé recibió leche.
Ahora “hay chiripas (cucarachas) en el área donde se preparan los teteros”, denuncia Silvia Bolívar, enfermera con 25 años de servicio. Por agujeros en paredes y techos se filtran aguas contaminadas y roedores, agrega.
La AFP contactó al ministerio de Salud para conocer su punto de vista. No obtuvo respuesta.
Pacientes con hambre
Desde el sexto piso donde estaba aislada, Yereercis escuchaba las arengas de enfermeras que protestan desde hace casi mes y medio en reclamo de mejores salarios y condiciones de trabajo.
“Nutrición apoya el paro, exigiendo mejoras en la comida que se les da a nuestros pacientes”, se lee en carteles pegados en las paredes de un pasillo.
El presidente Nicolás Maduro asegura que la crisis se agravó por sanciones de Estados Unidos que, sostiene, mantienen bloqueados cientos de millones de dólares para comprar medicinas e insumos médicos, con más de 80% de escasez según gremios.
“Es duro cuando los pacientes nos tocan la puerta para decirnos que tienen hambre, temblando, a punto de desmayarse”, se lamenta Silvia.
Sin jabón para lavarlos y con la máquina esterilizadora dañada, los biberones de la maternidad huelen mal. Una capa oscura de hongos cubre los envases plásticos donde almacenan el arroz o la pasta que les sirven a las madres.
Pisos y baños del Universitario y la maternidad están sucios por falta de desinfectantes. La limpieza se hace con agua y trapos desgastados.
Carla no sabe cuánto tiempo más deberá pasar en su lúgubre habitación, amoblada con sillas rotas. Su pie no mejora, pero no todo es tristeza: un ramo de girasoles que le dejó su compañera de cuarto le iluminó el día.
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