En apariencia, era el líder de un movimiento en el exilio que se estaba cociendo a fuego lento en Florida y cuyas desbocadas mentiras electorales habían quedado confinadas en monólogos privados y plataformas modestas. Ya no aparecía en Fox News, el órgano mediático más poderoso de la derecha. Sus diatribas publicadas en Truth Social no impactaron con la fuerza de sus predecesoras publicadas en X, cuando esa plataforma aún se llamaba Twitter.
Incluso como candidato presidencial declarado durante los últimos catorce meses, Trump a menudo les cedió la ruta de campaña a sus rivales (quienes en su mayoría luchaban entre sí, en vez de contra él), no asistía a debates y tan solo aparecía de manera episódica en compromisos públicos que no fueran asuntos relacionados con los tribunales.
Sin embargo, con su aplastante victoria en Iowa, que codifica su control con ambas manos sobre amplias franjas del electorado republicano, hubo dos conclusiones ineludibles el martes por la mañana.
Trump está de regreso como la figura dominante de la vida política estadounidense y está destinado de nuevo a ser omnipresente, con sus entrelazados dramas legales y electorales prontos a ensombrecer el año más importante de la nación.
Además, en realidad nunca se fue.
Después de un mandato en la Casa Blanca que a menudo consumía la psique nacional hora tras hora —provocando a sus simpatizantes y aterrorizando a sus detractores con cada publicación caprichosa e impulso que rompía las normas, lo cual culminó en el ataque de una turba pro Trump al Capitolio el 6 de enero de 2021—, algunos miembros de ambos partidos y de la prensa política que estaban fatigados con Trump a veces parecían desear su desaparición, como si el oxígeno mediático por sí solo lo hubiera alimentado los últimos ocho años.
Algunos imaginaron que tal vez no se iba a volver a postular. Quizás, como un boxeador, se había noqueado a sí mismo. Tal vez el Partido Republicano, castigado en las urnas en varias elecciones desde su triunfo en 2016, encontraría la manera de acudir a otra persona.
En cambio, si Trump gana las primarias de Nueva Hampshire la próxima semana, la marcha hacia una tercera nominación es casi segura. Sus detractores no tienen tapones para los oídos tan eficaces como para bloquearlo.
“Después de la insurrección del 6 de enero, muy pocos demócratas —aparte de los que son muy paranoicos o intuitivos— habrían dicho de inmediato que Trump iba a volver a ser el candidato republicano en 2024”, opinó David Axelrod, quien fue uno de los principales asesores del presidente Barack Obama. “Una vez más, se subestimó su genio salvaje para perfilar una historia de victimismo y comandar a su base”.
Por supuesto que Trump no tuvo que hablar mucho para mantener a su base con él. Y como candidato durante el último año, mientras más hablaba de los 91 cargos penales en su contra, más republicanos regresaban a él.
Lea también en PL Plus: ¿Ahora los chatbots serán profesores de tus hijos?
Axelrod señaló que, después de una temporada de primarias en la que sus rivales mejor representados en las encuestas han pasado de puntillas a su alrededor, Trump se prepara para enfrentar al presidente Joe Biden, “un oponente mucho menos reticente a atacar.”
Los demócratas solo están esperando que el abundante peligro legal de Trump les recuerde a los votantes una vez más el caos que a menudo lo sigue de cerca. Biden ha mencionado sus planes para enfatizar el empeño de Trump por subvertir su derrota en las elecciones de 2020, invocando el ataque al Capitolio y la historia revisionista de Trump sobre lo ocurrido.
Sin embargo, no está claro si el juicio de Trump por cargos federales derivados de su empeño por mantenerse en el poder, el cual en este momento está programado para marzo, ocurrirá antes del día de las elecciones, pues él impugna la validez de la acusación. Y en ausencia de un juicio, la capacidad del equipo de Biden para centrar la atención pública en los acontecimientos del 6 de enero en absoluto está garantizada.
Las encuestas han captado el grado en el que Trump les ha hablado principalmente a los republicanos hasta la fecha y ha determinado sus opiniones sobre la violencia posterior a su derrota en 2020. Una encuesta reciente de The Washington Post y la Universidad de Maryland mostró que muchos menos republicanos culpan a Trump del ataque del 6 de enero que en 2021. Más de dos terceras partes de los republicanos respondieron que era “hora de seguir adelante”.
“La abrumadora mayoría de los estadounidenses son conscientes de los problemas legales de Trump y, según una cantidad considerable, una condena tendría alguna influencia en su voto”, comentó Liam Donovan, un estratega republicano. “Pero a falta del espectáculo de un juicio y una sentencia preelectoral, no está claro si la conciencia basta en un entorno en el que el expresidente obtiene mejores resultados en las encuestas que en cualquiera de sus elecciones anteriores.”
Como candidato en Iowa, la competencia de Trump a menudo lo superó de manera notable. El expresidente mostró poco interés en cambiar o modular. Ni siquiera llegó a importarle, al menos en Iowa, y sus apariciones en los tribunales a menudo crearon su propia sensación de movimiento, a pesar de no tener nada que ver con el politiqueo real.
Además: Por qué los multimillonarios gastan una fortuna para atraer a científicos de universidades
Por lo tanto, el lunes, Trump —quien detesta cuando se burlan un poco de él, pero disfruta mucho más cuando es él quien se burla— se topó con una validación temprana del estado que lo eludió hace ocho años, cuando perdió en Iowa (e insistió con el argumento falso de que le robaron los caucus).
Sin embargo, incluso en aquel entonces, Trump parecía comprender algo que muchos otros se dieron cuenta mucho más tarde. En un discurso de 2016 en Nueva Hampshire, justo antes de su primera victoria en las primarias, hizo la observación: “Mucha gente se ha reído de mí a lo largo de los años”.
“Ahora”, dijo, “no se ríen tanto, se los aseguro”.