La parte más angustiosa de su viaje fue atravesar la brutal selva panameña conocida como el Tapón del Darién. Gao, de 39 años, cuenta que el primer día sufrió una insolación. Al segundo, se le hincharon los pies. Deshidratado y debilitado, tiró su tienda de campaña, una colchoneta resistente a la humedad y su muda de ropa.
Luego, su hija de 13 años se enfermó. Estaba tumbada en el suelo, vomitando, con la cara pálida, la frente febril y las manos en el estómago. Gao pensó que tal vez había bebido agua no potable. Avanzando a rastras por la selva fangosa y traicionera del Tapón del Darién, descansaban cada 10 minutos. Lograron llegar a su destino, un campamento en Panamá, hasta las 9 de la noche.
Gao dijo que sintió que no tenía otra opción más que dejar China.
“Creo que solo estaremos a salvo si vamos a Estados Unidos”, dijo, y agregó que creía que Xi Jinping, el gobernante chino, podría llevar al país a la hambruna y quizá a la guerra. “Es la única oportunidad que tengo de protegerme a mí y a mi familia”, afirmó.
Este año, llegó un mayor número de chinos a Estados Unidos, a través del Tapón del Darién; solo los superan los venezolanos, ecuatorianos y haitianos, según las autoridades de inmigración panameñas.
El Tapón del Darién es una ruta peligrosa que antes utilizaban sobre todo cubanos y haitianos y, en menor medida, personas procedentes de Nepal, India, Camerún y el Congo. Los chinos huyen de la segunda economía mundial.
Los chinos educados y adinerados usan canales legales, como las visas de educación y trabajo, para escapar de las sombrías perspectivas económicas y la opresión política, motivaciones compartidas por los migrantes del Tapón del Darién.
La mayoría ellos siguen un manual que circula en las redes sociales: cruzar la frontera por el Tapón del Darién, entregarse a los agentes de control fronterizo estadounidenses, permanecer en centros de detención para migrantes y solicitar asilo por un temor fundado de lo que pasaría si regresan a China. Muchos serán liberados en cuestión de días. Cuando se acepten sus solicitudes de asilo, podrán trabajar y hacer una nueva vida en Estados Unidos.
Su huida es un referendo sobre el gobierno de Xi, ahora en su tercer mandato de cinco años. En 2021, Xi afirmó que el modelo de gobierno chino había demostrado ser superior a los sistemas democráticos occidentales y que el centro de gravedad de la economía mundial se estaba desplazando “de Occidente a Oriente”.
Todos los inmigrantes entrevistados que este año atravesaron el Tapón del Darién —un trayecto conocido como zouxian, o ruta a pie, en chino— procedían de un entorno de clase media baja. Dijeron que temían caer en la pobreza si la economía china empeoraba y que ya no veían un futuro para ellos ni para sus hijos en su país de origen.
Hasta septiembre de 2018, Gao era un ejemplo de éxito en China. Creció en un poblado en la provincia oriental de Shandong y se trasladó a Pekín en 2003 para trabajar en una cadena de montaje en una fábrica de dispositivos electrónicos. Ganaba unos 100 dólares mensuales. Valiéndose de su astucia callejera, Gao ganó dinero trabajando en fábricas y obras de construcción que buscan trabajadores.
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En 2007, rentó un terreno en las afueras de Pekín y construyó un edificio dividido en unas cien habitaciones pequeñas. Ganaba alrededor de 30.000 dólares al año por la renta de esos cuartos a los trabajadores migrantes. Se casó, tuvo dos hijos y llevó a sus padres a vivir a Pekín.
En 2018, el gobierno local quiso recuperar el terreno para urbanizarlo. Gao se negó. Las autoridades cortaron el agua y la electricidad y bombearon las aguas residuales de los inodoros al patio, lo que obligó a los inquilinos a marcharse. Gao ganó el juicio que interpuso contra el gobierno, pero no recibió ninguna indemnización. Cuando hizo una petición a las autoridades superiores, él y su familia fueron acosados, amenazados y golpeados. Él y su esposa se divorciaron, con la esperanza de que las autoridades la dejaran en paz.
Durante los años siguientes, Gao trabajó en lo que pudo y dedicó la mayor parte de su tiempo a su petición judicial y a estudiar Derecho. La vida se volvió muy dura durante la pandemia. Gao y su exmujer, que seguían viviendo juntos, tuvieron gemelos en enero. Tenía cuatro hijos y nada de trabajo o futuro. Estaba desesperado.
En febrero, Gao se encontró con publicaciones de redes sociales sobre chinos que llegaban a Estados Unidos a través del Tapón del Darién. Él y su hija solicitaron pasaportes y, unas semanas después, volaron a Estambul y de ahí a Quito, la capital de Ecuador, donde la mayoría de los chinos inician su trayecto hacia Estados Unidos.
Gao y su hija ahora están en San Francisco. La vida no es fácil. Nos conocimos en abril en un centro de servicios comunitarios que les había ayudado a encontrar un refugio, el gimnasio de una escuela secundaria del distrito Mission de la ciudad.
Podían permanecer ahí de 7 p. m. a 7 a. m., dormían en colchonetas de gimnasio y llevaban con ellos todas sus pertenencias durante el día. La hija de Gao comenzó a ir a la escuela dos semanas después de llegar a la ciudad. Gao esperaba que ella pudiera visitar a su madre en China algún día.
Se mudaron a un apartamento de una habitación en un albergue. Luego Gao obtuvo su permiso laboral, compró un auto y empezó a repartir paquetes para una empresa de comercio electrónico. Gana 2 dólares por paquete. Cuantos más entrega, más gana.
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En varias ocasiones agradeció la amabilidad que había encontrado desde que salió de China. A él y a su hija les robaron, extorsionaron y dispararon. Pero unos desconocidos les dieron agua embotellada y comida. Después de viajar en un vagón de tren abierto durante tres días, él y su hija conocieron a una pareja mexicana que insistió en que se ducharan en su casa.
Un miércoles de noviembre, Gao se levantó a las 4 de la mañana, entregó más de 100 paquetes y no llegó a casa sino hasta pasadas las 9 de la noche.
El día siguiente descansó. Cuando pasó la comitiva de Xi, que se encontraba en San Francisco para reunirse con el presidente Joe Biden, Gao se unió a otros manifestantes en la acera, coreando en chino: “Xi Jinping, ¡renuncia!”.